“MISTICISMO”, según la definición clásica del Vocabulaire technique et critique de la philosophie, vol. I, F. Alcan, París, 1926, p. 496 de Lalande (citado por Michel Hulin, en La mística salvaje. En los antípodas del espíritu. Madrid, Siruela, 2007, p. 15):
“Creencia en la posibilidad de una unión íntima y directa del espíritu humano con el principio fundamental del ser, unión que constituye a la vez un modo de existencia y un modo de conocimiento ajenos y superiores a la existencia y el conocimiento normales”.
Una de las claves de todo el asunto estaría en que la radical crítica nietzscheana de la Entselbstung o «des-simismación» como ideal humano, es decir, de toda la moral del altruismo y la abnegación y la compasión y la renuncia entendidas comúnmente como la moral en sí, en definitiva como la única moral concebible, no sólo sería perfectamente compatible sino que incluso exigiría la lucha continua contra el ego y sus ridículas satisfacciones narcisistas: el altar del ego es el más sangriento y fanático de todos los altares, y entonces nuestro máximo enemigo, y también el más formidable e imbatible. (Lo que nos vela el Selbst o el «Sí mismo» hasta hacerlo irreconocible es precisamente el maldito ego).
Ya escribió un consumado yogi que en una ocasión, postrado ante otra persona para manifestarle al mundo su absoluta humildad, pensaba para sí con deleite: «¡pero qué humilde soy!» (todo lo contrario de «construir una filosofía que me permita aguantarme a mí mismo por toda la eternidad»: paradójicamente, sería el narcisista el que menos se soporta a sí mismo y por eso busca víctimas sacrificiales para su mayor gloria).
Y ya lo apuntó Nietzsche como si tal cosa: habría que ir por encima del «yo» y del «tú» (las personas son prisiones); o lo que es lo mismo, «¡¡siente cósmicamente!!».