La persona religiosa tiene que saber cuál es el sentido de aquello en lo que cree, porque de lo contrario no podría saber en qué cree, es decir, no estaría creyendo en nada cuando asegura que cree.
«Y el logos se hizo carne y habitó entre nosotros», lleno de gracia y verdad. Por ejemplo, el misterio de la encarnación: si no soy capaz de explicar en qué consiste propiamente la encarnación entonces soy en realidad incapaz de creer en la encarnación. No creo en nada cuando digo creer en algo.