Estos predicadores evangélicos televisivos hacen aquello que ya denunciara el mismísimo Tolstoy, con su genio y en su tiempo:
Con la coartada de lo que llaman «el Espíritu Santo», que según ellos mismos dicen a ellos les sopla y les inspira, haciéndoles conocer los más íntimos mecanismos del alma de Jesús, o sea de Dios nada menos, les colocan a los ingenuos en necesidad que van a escucharles unas chocantes interpretaciones de la Biblia que son absolutamente falsas y mentirosas. Es decir, interpretaciones bajas, viles, rastreras, ajustadas a lo que ellos conocen. Interpretaciones malintencionadas sobre todo.
Es increíble la mala leche que se condensa en tanta lectura piadosa del libro sagrado.