Ser desobediente, de manera radical, significa no resignarse a nuestro propio concepto, a nuestro nombre propio, rebelarse contra el verbum dei que pesa sobre nuestro destino como palabra de nuestro Señor. Ser desobediente, de manera radical, significa destruir la ilusión de la identidad personal, lanzándonos por la senda de las metamorfosis sin fin (la senda natural).
Ser desobediente, de manera radical, significa haber descubierto que no había nadie a quien hubiéramos podido obedecer.