Jerusalén

Jerusalén es la ciudad sagrada de las tres religiones. Otras tantas razones para no ir nunca.

Albacete

De los catalinos hasta los cataplines. ¡Albacete o muerte!

La hipocresía

El veneno que te inunda todo el cuerpo cuando te pones a amar a tus enemigos: La Iglesia, más de dos mil años de mala hostia.

Markus Gabriel

Cuando compruebo el modo en que Markus Gabriel se esfuerza por aproximar algunos hitos de la contemporánea philosophy of mind angloamericana a la tradición de Kant, Fichte y Hegel, internándonos al hacerlo en la oscuridad o la superficialidad más absolutas y sin acabar de enseñarnos nada concreto como no sea la insistencia en que debemos decir «espíritu» en vez de «mente» para no ser neuromaníacos y librarnos de la atroz darwinitis. Cuando leo que a Donald Davidson es difícil entenderle y que a veces simplemente no se entiende lo que escribe. Cuando veo que argumenta contra Schopenhauer y Nietzsche llamándoles misóginos y ¡antipáticos!. Cuando descubro cómo pone orden en la obra freudiana diciéndonos lo que es y no es aceptable de ella…Entonces sin poderlo evitar me viene a la mente, y al espíritu, aquel comentario hastiado de Wittgenstein sobre esos «caraculos» que se atreven a meterse con los grandes (por cierto que no recuerdo qué palabra alemana se pretendía traducir con «caraculo»).

Décadence

La vida enferma es la que quiere terminar de una vez, irse a otro lugar completamente diferente de su presente, un lugar que por supuesto no existe. Y estaría dominado por la décadence aquel que se comporta de manera que todo lo que hace se vuelve forzosamente contra él, contradiciendo sus condiciones de florecimiento, o aquel en que las sensaciones de dolor y malestar superan con mucho a las de placer y alegría, por una mera cuestión de agotamiento nervioso.

Es decir, la vida decadente es la que va conducida hasta el fin por la voluntad o la gana de nada. En los movimientos y las reacciones sociales de nuestro tiempo es fácil observar estas poderosas proclividades al suicidio de colectivos enteros. Incluso la valoración extrema parece a veces dominar, la que sugiere que es de verdad bueno el suicida.

La mordedura del tiempo

Hoy si hubiera podido no habría salido de casa, fuera reinaba una entropía espantosa. En general, el modo tan violento y tan incesante que tiene el tiempo de morder en nuestras costuras y en las del mundo, cubriéndolo todo de óxido, del óxido de la muerte, sería algo perfectamente notorio, así que la única forma de no verlo es tapándonos los ojos con la venda de la tontería, o haciendo un esfuerzo duro para pensar siempre de nuevo en otra y otra cosa, distraernos como sea. Por eso tal vez las drogas, y el sexo maniático, por eso el calor del debate que nada zanja, y el encono en la tarea del trepar y del competir con quien sea por un quítame allá estas pajas. Parece que hacemos casi todo lo que hacemos para quitarnos la duda de no existir de verdad, a eso es a lo que tenemos miedo mucho más que a la muerte, opinaba Rosset, y puede que no le faltara razón.

No importa la edad de uno, yo la mella del tiempo en las cosas y en las personas la descubría de golpe un buen día ya de bastante joven, hace muchos años. Como también te puede asaltar la sospecha o la sorpresa de que invariablemente vienen treguas, como si la guadaña se retirara también de repente y el brillo y la transparencia de la vida joven tomaran el relevo del óxido de la muerte sobre el mundo. Pero no hay remedio porque de nuevo vuelve la corrosión otro día, y entonces se ve perfectamente lo viejo, lo espantosamente cansado que está el mundo, a ver si no con la de años que van ya, y hasta los niños que juegan en los parques parecen entonces renquear y respirar con un siniestro ritmo de bronquitis.

Junqueras

Los nacionalismos no son más que la consecuencia más mema y pelmaza de la muerte de Dios, si es que queremos importunarnos bajando a lo onto-epistémico e histórico-social. Ni un problema político ni tampoco uno legal, simplemente un problema psiquiátrico (lo que es infrecuente en el individuo sería casi la regla en las colectividades y en las épocas).

Junqueras el Frailuno se presenta a sí mismo como esencialmente «una buena persona». Y quiere con ello decir que algo le tendrán que dar por serlo, ya que ya no creemos en el cielo.

Puigdemont (2)

Juega bien al ajedrez, Puigdemont, habrá practicado largas horas en tardes interminables, allí en el manicomio.

Cataluña

Todo el día pensando en Cataluña como si no hubiera nada más entre el cielo y la tierra, estoy hasta las narices. Y además tampoco es para tanto, yo me tuve que pasar dos años en Terrassa por causa de un error administrativo, y solo oía hablar de fútbol y de lo caro que está todo. También me intentaron catequizar los nacionalistas, por supuesto, tras haberse asegurado de que yo no era de Madrid (me preguntaban siete u ocho veces diarias que de dónde era yo). Uno que se fingió amigo mío, entre viaje y viaje a Andorra en busca de gangas, me regalaba discos de Llach, que a mí me gustaban mucho, y alguna que otra gramática catalana. Me mandaron además a un congreso sobre la organización catalana de la enseñanza media y allí fue donde se me pusieron los pelos de punta al oír disertar a cretinos de las juventudes nacionalistas acerca de la figura egregia de Jordi Pujol, que era el hombre íntegro y el modelo ético al que querían parecerse todos ellos, los muy trepas. En fin, y también tuve que esquivar a un pobre desgraciado del Opus Dei que me confundió con un marginado al que había que acoger en el seno nutricio de la madre iglesia. Acabó diciéndome, muy decepcionado, que a la gente como yo había que ahorcarla, y no estaba bromeando.
En fin, un país agradable. Pero menos mal que también conocí a gente digamos normal, recuerdo con cariño sobre todo a un alumno, Carlos Aguilar, y al bedel Aresenio, que era de Lugo. Los normales, o sea, los que no estaban corrompidos por el fanatismo religioso, sea la Idea de Nación sea la Idea del Dios que todo lo ve y lo juzga.

Puigdemont

Lo que le resulta vital a este individuo vivaracho y a sus trascendentales proyectos por supuesto que es el reconocimiento internacional. Esa es la única oportunidad que tienen.

Pero para conseguirlo no servía un referéndum como este, que era como de teatro cómico o astracanada, organizado por los amigos, aunque eran muchos. Entonces, ¿por qué siguió con él hasta el final? Yo apuesto a que porque era seguro que iba a haber cientos de heridos ya que era ilegal, y entonces los antidisturbios tendrían que cumplir órdenes, y ya se sabe que en la esencia operativa del antidisturbios cuando cumple órdenes radica el molerte con la porra si te dice dos veces que te vayas y no te vas, esto lo digo por mi experiencia juvenil con ellos, cuando eran mucho peores que ahora, y lo digo para que las almas cándidas o hipócritas no se vayan a creer que cuando el antidisturbios se te acerca con la porra enhiesta y lo recibes con la mejor de tus sonrisas te va a acariciar el pelo de la cabeza o a darte un beso en la mejilla.

Pero eso de los novecientos heridos, al parecer todos menos dos atendidos en la calle o de simple entrar y salir de la clínica, eso sí que se puede rentabilizar para ese fin vital de la independencia vía insurreccional que es el reconocimiento internacional.

Así que el conductor de la patria no dijo más que la verdad de sus intenciones cuando al término del referéndum dijo solemne aquello de que, con todo su sufrimiento de aquel día, el pueblo de Cataluña «se había ganado el derecho» a tener su Estado. Tuvo el individuo vivaracho toda la ventaja sobre Rajoy, que como se sabe en su tierra es lo que se dice parvo, y entonces como contar no cuenta para nada serio.