Muchos tienen por indiscutible, desde hace ya tiempo, que hay deseos «infantiles» del humano que formarían parte, inextirpable, de su naturaleza. Que necesitamos la ilusión, en suma, y que por tanto el proyecto cultural freudiano y moderno de transitar al adulto es en último término él mismo una ilusión. Buena parte de la «Filosofía» se viene dedicando a denunciar este garrafal error de la Ilustración Negra, por eso tanto florece hoy «la filosofía» entre los monjurrios y sus derivados, sobre todo cuando se hacen mayores tirando a decrépitos. Y muchas instituciones solo admiten la filosofía que sea compatible con el respeto al absurdo fundamental. Pero bueno, ya se sabe que, si muertos están todos los dioses, entonces ahora ya no se puede seguir tratando del «hombre», sino que este debe ser superado. So pena de una hipocresía en la misma raíz de la psique o del comportamiento de todos. A no ser que optemos decididamente por la pura y dura ignorancia, con seguridad dándole el nombre de la más alta sabiduría, como se ha hecho siempre en todas las partes del mundo en ese chistoso capítulo de «la razón y la fe» en el que se ha dirimido siempre la cuestión del poder. A lo mejor lo que ahora se promueve es eso, la vuelta de la «docta» ignorancia, que más que docta es cobarde. Y como al final de cuentas la cuestión es el valor, entonces surgen necesariamente las dos clases de humanos en el fondo irreconciliables.
LA VUELTA DE LA RELIGIÓN
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