En apariencia, o sea, en la opinión del común de los mortales (que están dormidos, que son estúpidos o idiotas en el sentido preciso de incapaces de atender al Logos), la amistad es lo contrario de la enemistad justamente de manera que no tiene nada que ver con ella. Y por supuesto que la amistad es buena y la enemistad es mala, así que la tarea ética de la vida humana consiste en convertirse ella misma en amistad pura, o en destruir completamente la enemistad entre nosotros. Por el contrario, el sabio (lo contrario del idiota, esto es, el que no se escucha a sí mismo sino al Logos) sabe la verdad: que la amistad ha de darse siempre en un contexto para serlo, y este contexto, invariablemente, no es otro que la lucha o la enemistad. De modo que ser de verdad amigos solo se puede cumplir en oposición a un enemigo, igual que la hermandad solo es posible como tal en la lucha contra la adversidad, o bien, la única igualdad concebible entre los humanos se da en el enfrentamiento con el enemigo, o bien la verdadera libertad solo es libertad ante la muerte o contra la muerte. Aunque Heráclito no llegara a ser dionisíaco del todo, a juicio de Nietzsche, con esto recogió el dionisismo en los fragmentos que de él nos han llegado: la vida y la muerte, Dionisos y Hades, son el mismo dios (DK 15). Y con el dionisismo, plasmó lo que habría que denominar las valoraciones originarias (o lo que Severino llamaría “el sentido griego del devenir”), que Nietzsche iba a intentar restablecer en su carácter verdadero de justicia cósmica. Su transvaloración de todos los valores, como momento del mayor autoconocimiento de la Humanidad y santo y seña de toda su misión, no sería en el fondo sino un restablecimiento de esta situación inicial sagrada, tras la perversión que de la misma habrían llevado a cabo platonismo, cristianismo y modernidad.
HERACLITISMO DE NIETZSCHE
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