Violencia sacerdotal otra vez

Sin duda que me dan mucha pena los niños que se mueren de hambre en el Congo, como a cualquier persona sensible, y por descontado que me gustaría hacer lo posible por remediarlo, aunque no tanto por compasión como por justicia, racionalidad y sentido de lo humano. Pero eso no tiene nada que ver con el hecho de que también me gustaría pasearme algún día no lejano por fuera y por dentro de una Notre Dâme reconstruida y devuelta a su belleza original. Los que ahora mismo plantean que aquí habría una incompatibilidad, una contradicción, hacen algo tan disparatado que su conducta solo se puede explicar pensando que se trata de los resentidos de siempre que vuelven a atacarnos con la moralina más salvaje y demente. “Me duelen hasta reventar la mente y el cuerpo al ver el dinero que se destina a la catedral. Ojalá se queme el Louvre, ojalá arda el Prado”, decía una enferma mental de tantas como hay en las redes sociales, en un auténtico éxtasis de violencia sacerdotal. Eso son, frailes y monjas fanáticos con una rabia descomunal, frailes y monjas violentos y laicos, que te pueden cortar el cuello por atreverte a ser feliz en un mundo como este en el que vivimos, lleno de niños moribundos.

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