¿Y ahora qué hacemos?

Yo me crié relativamente feliz, más o menos reconciliado con el mundo en torno desde pequeñito, porque era de la convicción de que los tontos, necios, estúpidos o idiotas cumplían su función en el todo, igual que la laboriosa hormiguita, o la sufrida mariquita «que también es de Dios». El necio existía para que nos riéramos de él, qué función más indispensable en este valle de lágrimas que la del hazmerreír. Así de paso, en el colmo de la sabiduría, uno de vez en cuando se podía reír hasta de sí mismo.

Pero ahora me da pavor pensar, y se me quitan las ganas de reír al pensar, que los necios y los estúpidos han llegado a mandar, que muchedumbres les votan por mayoría o casi, en todas partes, y que como la cosa siga así dentro de poco nos dominarán absolutamente. Entonces, como cuando los nazis mandaban (lo cuenta Wittgenstein), nadie será capaz de reírse de cosa alguna, y muchos hasta pensarán que es mejor morirse que estar a las órdenes de los necios.

Y peor aún pensar que casi todos piensan que si a un necio le vota la mayoría entonces el necio es un sabio o por lo menos tiene razón, y que entonces los necios son los que no le han votado. Lo peor pensar que son cosas de la democracia, o que pudieran ser, porque es muy preocupante que los estúpidos puedan llegar a ser la mayoría absoluta de la población.

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