Ni siquiera los más grandes están exentos de estupidez, debe ser porque tienen que descansar de vez en cuando de su agotadora grandeza.
Lo que dijo Freud del sobrehumano de Nietzsche identificándolo con el padre de la horda primordial es una soberana estupidez, sin ninguna duda, pero también explicable por el hecho de que Freud mismo vivía de remendar los estragos que causa el moralismo judeo-cristiano.
Lo que dijo Ortega de la cursilería de Nietzsche, «como buen fin de siglo que era», es algo absolutamente incomprensible. Contra Nietzsche se podrá decir de todo, y al cristiano se le cae la baba, y con razón, con esa posibilidad. Pero no, por supuesto, que era un cursi. Cursi era José Antonio Primo de Rivera, que además llevaba la muerte escrita en los ojos.
Naturalmente estas dos estupideces que menciono como ejemplos fueron proferidas ambas, como ha venido siendo usual, mientras se saqueaba el pensamiento nietzscheano de todo su contenido, para aprovecharse bien de él, tanto Freud como Ortega.