Con el progreso tan costoso de la sociedad del conocimiento, recientemente se nos ha manifestado que ahora, al parecer, la certeza básica y fundamento absoluto de la verdad ya no sería el vetusto «yo pienso, yo soy», ni otra antigualla por el estilo, sino la evidencia incontestable, y por tanto universal para todo ente de razón, de que no fue sino la Virgen de la Almudena, por supuesto esa y no otra, la que un día del año nosécuántos habría salvado al pueblo madrileño de sucumbir en unas espantosas inundaciones.
Certeza básica
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