La batalla de Madrid

Bajaban las centurias al asalto del Ayuntamiento de Madrid, con el crucifijo calado, su aspecto fiero incrementado también por el chirriar de las sillitas de ruedas. Pero el golpe final de la batalla iba a ser de resultado incierto, pues no obstante su pundonor, hombría de bien, reciedumbre y voluntad de destino en lo universal, entre aquellos paramilitares que acertaban a oler su definitiva decadencia, como fuesen de avanzada edad casi todos ellos, menudeaban las dolencias degenerativas del sistema nervioso, unos Alzheimer, otros Parkinson, los más bobería congénita de la raza. Tampoco fue de gran apoyo a la hora de la verdad la columna de la tribu neoliberal que les seguían a marchas forzadas, sus herederos naturales, gente mucho más joven por lo general y adinerada, pero gente floja al fin y al cabo, debilitada por la vida muelle de la corrupción y los excesos tanto gastronómicos cuanto sexuales, personas hechas a no intervenir en batalla alguna dando la cara sino alquilando mercenarios o asesinos a sueldo. Al ocultarse el sol se reúnen con todos ellos los legados de Carmena que habían salido a su encuentro en la plaza de Cibeles, con el fin sólito de pedir perdón por herir la sensibilidad de las personas, en aquel siglo uno de los mayores delitos imaginables, habiendo hasta tal extremo arreciado la moralina.

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