Cuando los legionarios que llevaban más de quince años de servicio ininterrumpido y se caían de viejos iban a llorarle a Germánico para que los protegiera del crudelísimo y cobarde Tiberio, después de la muerte de Augusto, le enseñaban sus piernas y brazos retorcidos por las enfermedades óseas de la vejez; y más de uno, aprovechando que Germánico les dejaba que le besaran las manos, se llevaba un dedo del general a la boca para que se diera cuenta de que ya no tenía ningún diente.
Sin medicina, sin tecnología, sin dentistas, y sin justicia, el mundo humano sí que es, literalmente, un valle de lágrimas, un infierno en el que sería preferible no haber nacido.
Legionarios romanos
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