Son los descontentos de siempre los que pretenden ahora retrotraernos a tiempos felizmente periclitados, cuando la gente daba por supuesto, como algo de sabiduría popular, que la línea que separa al policía del delicuente es delgada y de trazo desvaído. ¡Eso ya pasó! No es de recibo intentar resucitar los aires de la dictadura esparciendo por ahí la especie de que se habría puesto de moda una nueva maldición gitana: «¡¡Anda y que te cojan sesenta mossos en un descampao, resalao!!», queriendo implicar además, con la peor de las intenciones, que con solo dos no hay peligro físico.
Bien es cierto que a la policía en España se le supone por ley la veracidad de todos sus testimonios y declaraciones, bien es cierto que en España es delito grave filmarla cuando trabaja repartiendo. ¡¡Pero ni hay ni puede haber en nuestro país ni asomo de brutalidad policial!! Y eso es algo absolutamente seguro, de lo que solo los malnacidos dudarían: todos sabemos que todos y cada uno de nuestros policías son unos chicos excelentes.