Para empezar hay que montar el escenario para la meditación del modo más realista posible: confieso, y esto es una verdadera confesión, que en el verano frecuento un Burger King de la Costa del Sol porque para mí la combinación de aros de cebolla y cerveza se situaría a las alturas prístinas del más reconfortante lacón con grelos (supongo que tiene que haber de todo en la viña del Señor). Pues allí sentado estaba yo la última vez, dando cuenta del suculento manjar, cuando se instalaron en la mesa de enfrente una pareja del tipo matrimonio hetero, algo sin nada de particular a no ser por lo siguiente: iban acompañados de cinco hijos cinco, y para más inri de criada filipina de uniforme; todos ellos menos la filipina, bajita y morena, como es de rigor, muy guapos, muy altos, muy altos, muy rubios, y con una extraña sonrisa de felicidad que daba toda la impresión de no encajar del todo en este mundo nuestro tan traidor, ni siquiera siendo verano y vacaciones.
La pareja, ella y él, de mucho sport, extraordinariamente saludables, sin un gramo de grasa sobrante, bebiendo cocacola en lugar de cerveza y dando cuenta de sendas ensaladas en vez de carne. Ella risueña, muy risueña, como una mujer de cuento de hadas, hadas sin ninguna mala leche. Él un poco más amenazando de torvo. Porque claro, estarían los sinsabores del mundo laboral. El reparto de las tareas estaba claro para todos los que asistíamos al espectáculo de la explosiva felicidad conyugal: pariendo sin cesar ella, porque ninguno de los dos sobrepasaba los treinta y pocos, auxiliada sin duda por la chica filipina; trabajando como un esclavo él para garantizar el sin duda elevado nivel adquisitivo del núcleo familiar. Y entre todos se repartían los espléndidos resultados. Los niños y las niñas todos muy alegres, radiantes, encendida la mirada. Una preciosidad de niña tarareando que quería bailar toda la noche (con la venia del Papa tendrá que ser, mona, me decía yo entre dientes, y a lo mejor también un par de guardaspaldas con escapularios disuasivos).
Estaba claro que hacían la ruta automovilística Navarra-Marbella, y se paraban por los pueblos del recorrido para aprender observando el mundo exterior atiborrado de víctimas de la globalización que mastican comida basura con mirada triste y camisetas iguales para todos, con el número trece. Los de la familia encantadora vestían en cambio con mucho esmero, pero disimulado, cada cual algo diferente, bien personalizado.
Fue entonces cuando se me pasó la imagen del condón por la cabeza. ¿Tendrán éstos razón con su lucha contra el condón? Fantaseé que con condón en la noche de autos aquella preciosa niña empeñada en bailar toda la noche no estaría sentada en la silla delante de mí. Y que, llevando las cosas al límite, ninguno de aquellos niños tan guapos y alegres ocuparía un espacio en el mundo. ¿No sería esto realmente trágico, no nos llevaría a la desesperación a nosotros, los que con tanto optimismo los contemplábamos a ellos, que eran capaces de contagiarnos su alegría? A ver si va a ser que hay que acabar con el condón, a ver si van a estar estos en lo cierto, no obstante la crueldad de las venéreas.
Pero pensé a continuación que, tratándose de la trama o secta esa tan notoria y a la vez tan oscura, no sería en absoluto de extrañar que alguna de estas niñas o alguno de estos niños que ahora podíamos observar en el Burger King con el tiempo llegasen a banqueros, ministros o incluso presidentes del gobierno o embajadores en la OCDE. Alguno sin duda tramaría entonces la reforma laboral, la ley mordaza, la privatización de la universidad pública…Y entonces, ¿el condón? ¿No sería el condón una bendición? El pensar se enciende alimentado por las contradicciones, como todo el mundo sabe.
Porque el mismo Hitler bien pudo haber sido guapo y rubito y alegre de niño (Franco con seguridad no). Y sin exagerar tanto como para recurrir a lo absolutamente siniestro, mucho se podría discutir sobre el tema de si a la Humanidad en su conjunto le hubiera salido a cuenta la inexistencia del Ministro Wert. Es un asunto muy poco claro, muy incierto, porque hay que contar con el Azar, el más rebelde de todos los dioses, que no se pliega ni a la religión ni a la ciencia de los hombres. Lo que daría vértigo del condón es pensar que no tiene nada de violento; que su efecto es devastador pero que prácticamente no hay que hacer nada, ni mucho menos nada ilegal, para conseguir su efecto, la nada. La nada de la persona, de X o de Y. ¡Y vaya usted a saber lo que hubiese conllevado esta nada en cada caso para el colectivo correspondiente! Tal vez la felicidad de muchos, o el dejar de sufrir tanto. Incluso puede uno pensar en su propio padre con el condón puesto el día o la noche de autos, el condón librándole a uno de este mundo cruel, de toda esta gente, de ministros, de banqueros, de presidentes del gobierno, de los de la secta, para no decir nada de los Franco o Hitler. Pero se trataría en cualquier caso de un suicidio irreal por imposible, porque es un acto que no se puede situar en el tiempo (uno no le puede convencer a su padre de que se ponga el condón el día en que lo concibió, lógicamente). Irreal pero imaginariamente tan efectivo.
En definitiva, nos pone el condón en contacto con las madres del ser, el sexo y el tiempo, y ante ese núcleo rocoso el pensar parece que ha de batirse en retirada, por lo menos con el calor que hace.