En un tiempo muerto de una dura jornada de trabajo puse en plan distraído el canal 2 de la televisión pública española, en el que un sedicente psicólogo en todo parecido a Rasputín le contaba a una menda boquiabierta que él había entrado ya en la madurez y por eso se había dado cuenta por fin de que ya no le importaba nada ser un burro, es más, que estaba orgulloso de serlo y nos lo recomendaba a todos, porque la inteligencia era una cosa muy tonta que no valía para nada, lo importante eran los valores, amar la vida y a la gente, decía el cretino, y que por eso había escrito este libro que blandía ante la cámara en el que demostraba que el que intenta ser inteligente es muy vulnerable y dado a depresiones porque siempre se iba a encontrar con alguien que le demostraría que era más bien tirando a tonto. O sea, que la inteligencia era una tontería y ser inteligente una cosa de tontos.
Hemos llegado, me dije, al Reino de los Cielos en la Tierra, los gilipollas tan felices meneándosela en las alamedas ante el respeto de todos.