Juan 13 es uno de los lugares en que Jesús dice aquello de amaros los unos a los otros como yo os he amado (“un nuevo mandamiento os doy”); y es que habría que tomarle a Él como ejemplo, que dio su vida por los suyos, por su Iglesia: en el límite, por el hombre. Vamos a suponer, que es mucho suponer, que tenga algún sentido mandar amar, que el verbo “amar” se pueda conjugar en imperativo (ama a EEUU si quieres que se te dé la nacionalidad americana (ir al cielo), y entonces vas y te pones a amar a EEUU). Es decir, vamos a suponer que mandar amar no se tuviera que traducir forzosamente en hacer como si amaras, por mucho que te sea indiferente o incluso odioso aquel a quien finges amar. Porque de lo contrario lo que se estaría fomentando con el mandamiento del amor no sería sino la sociedad de la hipocresía, de la santurronería, del falseamiento sistemático de las relaciones humanas.
Pero el problema, entonces, no sería tanto odiar a quien simulamos amar, sino tenerle asco. Según Zambrano si tienes asco a alguien es que tú Dios es diferente, o sea, eres de otra Iglesia. Y esto ya tendría más sentido en relación con el mandamiento de Jesús. Porque nunca en la vida se podría amar a quien te da asco. Mariano Rajoy, Fátima Báñez, el ministro Wert, De Guindos: pongamos por caso, hay que amar a nuestros enemigos (citaba Freud creo que a Heine cuando escribía que él perdonaría a sus enemigos de todo corazón, pero sólo después de verlos colgar por el cuello de los árboles). Si sólo fueran nuestros enemigos, si simplemente les odiásemos porque trabajaran para exterminarnos, entonces hasta se le podría encontrar algún sentido al mandamiento en apariencia delirante por antinatural (ama a tu enemigo). Porque ya se sabe que hay una dialéctica del odio y del amor. Puede que si asisto a una convivencia de F.A.E.S. y de las J.O.N.S., de esas que se seguirán celebrando en alguna Sierra, con ángelus y misa cada dos horas, el asiduo roce con él me revelara el lado amable de Wert, y acabáramos besándonos los dos por ejemplo con la Báñez, un trío enigmático.
Por eso el problema es otro, el del asco. Ahí no hay posibilidad ninguna de acabar en beso. Ocurre que se siente asco por alguien, esto es perfectamente real, se trata de una repugnancia básica, fisiológica tanto como teológica. O para decirlo mejor, lo teológico se traduciría como siempre en lo fisiológico. Y no hay modo de amar al asqueroso. Pero es que ni siquiera habría modo de hacer como si se le quisiera, probablemente ni de ser amable con él. Al asqueroso se le retira el saludo, como hacemos con una cucaracha cuando procuramos mantener la mirada elevada y no fija en el suelo. Con el asco irrumpe la sinceridad. Así que tenemos que concluir que Jesús daba su nuevo mandamiento para su Iglesia, para los suyos, o sea, para los que no se dan asco unos a otros porque comparten fe. Pero los suyos pensarán que esa Iglesia es la universal, que abraza a todos los hombres. Pero no, nada de eso, ahí está la experiencia del asco, el asco es real, y el asco testimonia inequívocamente que hay más Dioses, que Dioses hay muchos, que el monoteísmo estaría equivocado, ciego de voluntad imperial. Porque está claro, la manera infalible de que te obedezcan es que te quieran.
El asco, politeísmo demostrado
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