Cada vez que oigo a un católico militante hablar de lo suyo, sobre todo como no tenga yo en cuenta la consideración que merecen las manías particulares, en base a la dignidad humana, resulta que envejezco 20 años, o sea que me pongo en los 76, ahí es nada. Por eso es para mí de prudencia elemental huir de esa gente. (A no ser que sean del Opus, porque entonces entraría sin duda el «todo por la pasta», y eso anima un poco, perversamente, la sosería insoportable de los santurrones).
Envejecer
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