No hay que confundir al sabio, ni al filósofo ni siquiera a la persona culta, con el vil ladrón de ideas que se dedica a desvalijar a los grandes de la historia del pensamiento.
La táctica habitual es reducir primero al gran pensador a la mínima expresión, a la pura estulticia, falsificando su pensamiento con la simplificación y la incomprensión más imperdonables (entendiéndolo al revés como hacen los resentidos de toda laya y condición).
En segundo lugar se exponen las consecuencias morales y políticas inhumanas y aberrantes de estos pensamientos simplificados y vaciados de todo contenido, vueltos del revés por el mismo desvalijador. Con ello éste logra de entrada asumir la aparente superioridad moral de una cruzada por la Humanidad que no sólo justifica sino hasta exige la violencia de la expulsión del miserable pensador desvalijado del círculo de las personas honradas.
Y a continuación, más adelante, viene el golpe de gracia: el ladrón de ideas expone como propia una idea que todos sabemos pertenece al gran pensador que había sido falsificado y despreciado previamente. Es una pena que para esto no haya pena de prisión mayor.
Yo, Mario Bunge, soy la verdad.