María Zambrano y Nietzsche

A pesar de la tan probable androginia del pensador alemán (era completo en sí mismo como la naranja platónica de El banquete), yo me imagino a María Zambrano y Nietzsche como a la perfecta pareja, de esas que duran toda la vida precisamente porque se pasen el día discutiendo…

Desde que le introdujera a la lectura de Nietzsche el gran amor de su vida, su primo Manuel Pizarro, cuando ella contaba diecisiete años, no hay duda de que María Zambrano estuvo hasta su muerte perdidamente enamorada de Nietzsche. Lo que por supuesto, y sobre todo en el caso de una filósofa como ella, también conllevaba que intentara mangonearle continuamente, por todos los medios y usando todas las estrategias imaginables (aquí tendría que citar yo una muestra de la filosofía de los Simpson sobre la relación entre ser querido y ser mangoneado, y lo felices que somos casi todos en los dos casos).
Sobre todo, lo haría Zambrano ejerciendo contra él toda su violencia erotizada travestida de misericordia, piedad y compasión.
Para confirmar esto, atendamos a la compañía en que iba a situar a Nietzsche: San Juan de la Cruz, Miguel de Molinos, la Virgen María como guía y amparo de la filosofía, y no en último lugar Santa Lucía mártir. Es decir, lo iba a meter con todos sus amigos, los de ella, haciéndole olvidar a los suyos, los de él.
Para confirmar esto, tengamos nada más en cuenta que ella misma iba a tener la osadía de representarse a Lou Andreas Salomé como habiéndole fallado al filósofo, cuando lo que tenía que haber hecho como mujer la rusa, en su opinión, habría sido introducir un orden femenino en la vida de él, orden del que tanto andaba necesitado el pobre hombre. Pero como a Lou no le dio la gana, desertando así según María de su vocación de mujer, Nietzsche se precipitó en una autotortura ascética que le llevaría a obstinarse en desenmascarar toda mendacidad, por poéticamente que viniera presentada. O si no, peor aun, al absoluto horror del pensamiento del eterno retorno. Como si ya no se pudiera seguir al Nietzsche de la honestidad intelectual después de las catástrofes de crueldad del siglo XX de las que María había sido testigo y víctima. Si Dios ha muerto, mejor que no se sepa.

En fin, llama la atención la ambigüedad del honor que le concede al calificarle sucesivamente de «hombre subterráneo», «bienaventurado», «ser de la aurora», significando todo ello en buena medida su efectiva degradación a místico murciano del siglo octavo, o si no santón cristiano-musulmán, o si no del más lejano oriente. Con todo el bla-bla-bla característico, a la larga insulso, meloso e ininteligible que lo único que hace para nosotros es remedar algo parecido a la exaltación y a la profundidad. Por lo menos la madre y la hermana de Nietzsche parece ser que rezaban por él, para que Dios no le tuviera en cuenta todo el mal que estaba haciendo entre la buena gente de toda la vida.

Porque lo que deseaba María ante todo, con su amor declarado al filósofo, era introducir un orden suyo, de ella, en la vida del loco de Turín, con su también amor de filósofa; lo cual me lleva a pensar en que, seguramente, de haber sabido Nietzsche que la Zambrano venía a verle a Turín, un suponer, le hubiera venido de inmediato a la memoria aquella frase de Napoleón : «La única batalla que se gana huyendo es la batalla contra las mujeres» (Napoleón no necesitaba ser políticamente correcto porque era Napoleón).
O sea, lo que vienen haciendo los solteros de toda la vida, los que siguen sin querer internarse «en el jardín del matrimonio».

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.