Una de las mayores tragedias del enfermo mental es la absoluta indefensión en la que queda, totalmente a merced de cualquier cabrón o cabrona que pase por sus inmediaciones.
«En realidad es como para enfermar de risa, ver a dos féminas temerosas de Dios (Franziska y Elisabeth, madre y hermana) y a un cura rural (Edmund Oehler, tío) constituidos en tribunal sobre la publicación de los escritos de uno de los ateos y anticristos más redomados. Pero en este instante me falta humor para reírme» (Köselitz a Overbeck, carta del 4 de Abril de 1891)