NO SON AUTÉNTICOS CREYENTES

No hay nadie, mucho menos de entre los católicos, que sea capaz de comprender siquiera mínimamente las «cosas últimas» en las que creen los católicos. Por eso, es seguro que los católicos no creen en nada; o por mejor decir, simple y llanamente, no son creyentes los católicos, porque es imposible que sepan, en sentido estricto, el supuesto sentido del objeto de su creencia, ya que su creencia carece de objeto de verdad especificable, o sea, carece de sentido. Si no hay modo de entender lo que dices creer, entonces es evidente que no crees.

EL TAXISTA NORMAL

Aquel taxista era inteligente en el sentido de «normal». Y aunque este calificativo se desvanece siempre en el aire por su vaguedad, aquí tiene un sentido concreto: escuchaba la SER en lugar de la diabólica emisora de los curas airados a la que están adictos tantos de sus colegas de profesión. Anidaba en él la característica ironía galaica, esa retranca o sarcasmo de la inteligencia tantas veces ofendida. Todo fue a propósito del infierno de los semáforos en A Coruña de hoy. «No hace falta nada de esto, en absoluto, porque a esta hora nunca hay ningún problema, lo sabe todo el mundo, pero el caso es que a un iluminado del Concello, debe ser de los que llevan las cosas del tráfico, de repente le da por cambiar la secuencia de uno de los semáforos, y entonces se organiza un sindiós del que no es fácil salir. Y todo sin sentido interpretable, todo porque sí», aunque tal vez, me atreví a aventurar yo, porque a todo iluminado se le antoja de vez en cuando dejar su huella en la historia grande o pequeña, que se note que estoy yo aquí, coño, aunque sea que se note con una catástrofe gratuita, dependiente solo de mi albedrío, una catástrofe en la que quedará patente que tengo albedrío, y a mí la gente se me da una higa.

«Hay que matarlos, a los tontos hay que matarlos, no os quepa duda, que no quede vivo ni un gilipollas. Porque se dedican desde la primera hora de sus días a amargarnos la vida a todos, y ello sin ninguna razón apreciable. Hay gente, los tontos, que mucho mejor para todos que no existieran nunca, que no estuvieran en el mundo. Será como haber ahogado al niño Hitler en su cuna, ¡qué beneficio para el conjunto de la Humanidad!» Pero yo apreciaba lagunas en el plan del taxista normal, a pesar de, por supuesto, estar de acuerdo en el fondo con él. Y es que ¿cómo detectamos inequívocamente a los tontos? ¿Cómo distinguirlos con certeza de los que no lo son? ¡A ver si van a pagar justos por pecadores! Por supuesto que este problema mío no lo era para el taxista normal, que ya había reflexionado lo suyo sobre el asunto desde que concibiera su plan de asesinar a los imbéciles por el bien de todos. «¡Bó! ¡Como si no se le notara de sobra al gilipollas que es gilipollas!» Así despachó de un plumazo la objeción, y a fe que no tardé un minuto en comprender que tenía razón. Pero inmediatamente le dejé constancia de una urgencia que me había entrado: «¡Pero hay que identificar inequívocamente al gilipollas del Concello, no nos vayamos a equivocar cargándonos a un inocente en su lugar!» Aquí el taxista normal titubeó tras sonreírse, dando a entender con su gesto que eso no era más que un obstáculo menor. Sin duda había descubierto que el cretino de hoy lo que adora es la publicidad, «¡¡ sí, yo, fui yo y no otro el que montó el Cristo en el tráfico de A Coruña el 28 de julio del 23!!» Y esto publicado en las redes sociales, en pancartas, simbolizado en performances, pintado con rojo en sus camisetas. El taxista avezado sabía perfectamente que no hay tonto que no se acabe delatando, en sus exhibiciones de pretendida inteligencia. Y no se le escapaba al taxista justiciero la verdadera dificultad, como tal insoluble: «En el Concello hay muchos tontos»…

Buena propina para el taxista normal, porque el taxista normal no es otro que el filósofo del taxi, trabajando en una profesión que, más que cualquier otra, le permite a uno practicar la observación psicológica. Y ya se sabe que la Psicología es la reina de las ciencias.

LIBERTAD PARA LA MOSCA

Cuál es tu objetivo en Filosofía? «La descristianización radical del personal». Cómo? Eso es que tienes algún trauma que te está afectando. «Ya no, sino que la descristianización es el único modo de que la mosca pueda encontrar el camino de salida de la botella atrapamoscas»

¿TEOLOGÍA POLÍTICA?

El único sentido de la Teología es político, ¿cuál iba a ser si no? El judeocristianismo ya nos presenta, al comienzo del libro ese que maneja su gente, la invención de su concepto de pecado, tan mono, (o sea la introducción de todos nosotros en las delicias de la «metafísica del verdugo»). Y entiende desde el minuto uno el pecado como desobediencia, no tiene vuelta de hoja aquí la desvergüenza. Y la desobediencia la precisa como transgresión del imperativo «divino» de no conocer («todo lo demás se sigue de ahí»). Así que ¿qué se podía esperar de semejante aparato de aroma a mazmorra? Obedecer la voluntad de Dios, es decir, la voluntad de la casta sacerdotal; o sea, de quien alimente y encumbre a la casta sacerdotal por los servicios prestados para apaciguar al rebaño.

Se dirá que esto qué nos importa hoy, ¿no? Estas manías de viejo republicano pertenecerían a la herencia del obsoleto anticlericalismo decimonónico. Pero hoy vemos en la política española, y casi mundial, que sucede exactamente lo contrario. La aspiración a la dominación incondicionada se halla más fomentada que nunca por parte de todos los que vuelven a necesitar vivir siguiendo la voz de su amo. De cualquier amo que sea lo suficientemente testicular, romo y brutal. Es el retorno de la «enfermedad de las cadenas» en pleno siglo XXI.

UN MONJURRIO AT WORK

Loewald rejects this picture. He believes that it is “necessary and
timely to question the assumption that the scientific approach to the world and the self represents a higher and more mature evolutionary stage of man than the religious way of life.”

LA VUELTA DE LA RELIGIÓN

Muchos tienen por indiscutible, desde hace ya tiempo, que hay deseos «infantiles» del humano que formarían parte, inextirpable, de su naturaleza. Que necesitamos la ilusión, en suma, y que por tanto el proyecto cultural freudiano y moderno de transitar al adulto es en último término él mismo una ilusión. Buena parte de la «Filosofía» se viene dedicando a denunciar este garrafal error de la Ilustración Negra, por eso tanto florece hoy «la filosofía» entre los monjurrios y sus derivados, sobre todo cuando se hacen mayores tirando a decrépitos. Y muchas instituciones solo admiten la filosofía que sea compatible con el respeto al absurdo fundamental. Pero bueno, ya se sabe que, si muertos están todos los dioses, entonces ahora ya no se puede seguir tratando del «hombre», sino que este debe ser superado. So pena de una hipocresía en la misma raíz de la psique o del comportamiento de todos. A no ser que optemos decididamente por la pura y dura ignorancia, con seguridad dándole el nombre de la más alta sabiduría, como se ha hecho siempre en todas las partes del mundo en ese chistoso capítulo de «la razón y la fe» en el que se ha dirimido siempre la cuestión del poder. A lo mejor lo que ahora se promueve es eso, la vuelta de la «docta» ignorancia, que más que docta es cobarde. Y como al final de cuentas la cuestión es el valor, entonces surgen necesariamente las dos clases de humanos en el fondo irreconciliables.

ANÉCDOTA DE LA LIBRERÍA

Comprado en la librería Antonio Machado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (09/03/2023): Richard Malka: El derecho a cagarse en Dios. Libros del Zorzal, 2022.

Una mujer vieja muy vieja, decrépita, como no puede bajar las escaleras de la entrada de la librería, abre la puerta y desde lo alto le pregunta a a la librera que atiende en la caja: ¿Tiene usted el derecho a cagarse en Dios?

La librera, que no conocía el libro, se queda reflexionando a fin de dar una respuesta adecuada. En teoría sí, creo, pero de todos modos ha de tratarse de un derecho para ejercer con muchísima precaución. La mujer vieja quería dos ejemplares, uno de ellos de regalo para su amiga de la misma edad.

ANÉCTODA DEL ENSIMISMADO 1

En aquella terraza al sol del invierno toledano, meditando con la cerveza, en una silla de las altas, gozaba de la vida el ensimismado. Nadie alrededor, salvo un grupo de tres, a la derecha, dos hombres mayores y una mujer joven, en la otra mesa de sillas altas, mesa distante. El ensimismado, de alguna manera, casi al modo inconsciente del saber que no se sabe a sí mismo, de repente detecta que alguien se le aproxima: la mujer joven de la mesa de la derecha, y además con el dedo índice extendido, según le parece a él señalando el cestillo que contine restos de las patatas fritas, a la densidad ensimismada le hace bien masticar patata frita. En el momento en que llega a estar más o menos seguro de que tiene delante a la mujer joven con el dedo índice de la mano derecha extendido y señalando, le mira a los ojos para entenderla en lo que va a decir, en eso los ojos ayudan lo suyo, sobre todo cuando algo les pasa a los oídos. «¿Puedo coger una?» El ensimismado le acerca, muy amable, el cestillo de las patatas fritas y le contesta que por supuesto, que por él no hay ningún inconveniente, pero que el problema es que ya casi no queda ninguna. Entonces la mujer se detiene, perpleja, y le espeta: «¡Me refería a la silla libre que tiene al lado!»

Estalla en carcajadas la muchacha, y el ensimismado también, pero menos, porque se halla atrapado en el lazo inhibidor de la vergüenza. Sus compañeros de más edad, que lo han oído, también parecen a punto de morir de la risa. El ensimismado busca una excusa de su comportamiento, pero no la encuentra. Estaba demasiado ensimismado.

NIETZSCHE Y LOS JUDÍOS

Nietzsche nos llama la atención sobre cómo su origen o procedencia determina la diferencia abismal, la oposición, entre dos tipos opuestos de intelectual: el acostumbrado a mandar y el habituado a vivir en medio de la desconfianza general, en una situación marginal (como ocurre invariablemente, la necesidad es la madre de lo humano). Es decir, de un lado aquellos intelectuales que confían en que convencerán a los demás a base de entusiasmo y de elevado sentimiento, “ingenuamente” seguros, como están, de que bastaría con esto para dar por demostradas sus tesis, dando por descontado que por supuesto van a ser, tienen que ser, atendidos y aceptados por todos, como lo han venido siendo siempre sus antepasados. Porque ellos son, en Alemania, hijos de pastores y maestros de escuela protestantes, y como tales incapaces de dudar de que estarían en la verdad, por la larga costumbre heredada de que su palabra sea aceptada casi como palabra de Dios.

Y de otro lado el intelectual judío, acostumbrado desde hace mucho tiempo a no ser creído, puesto que por lo general procede de ese mundo de los negocios en el que nadie se fía de nadie, mucho menos si es judío, y entonces tiene que convencer a los demás e imponerse razonando [se hallarían obligados a “forzar el acuerdo aportando razones”]. Por ello, llegará a declarar el filósofo que la limpieza lógica de los europeos se la debemos al pueblo judío. La lógica es ante todo un arma, desde su punto de vista, el interés de Nietzsche por la lógica es aquí en todo momento político. Sería en concreto la lógica la estrategia de poder esencialmente democrática. Los judíos saben que con la lógica tienen que vencer, por muy grande que sea el poder de las «razas» y los estamentos que vayan a oponérseles y cargar contra ellos. Y entonces Nietzsche sentencia que los judíos habrían llevado a Europa a la razón. En cambio, los alemanes serían una «raza» lamentablemente desprovista de racionalidad, que también hoy lo primero que tendría que hacer es “lavarse la cabeza”. La tarea de los judíos ha sido siempre llevar a la razón a los pueblos. (Cf. FW 348).

NIETZSCHE CONTRA TODO NACIONALISMO

«Nosotros los Sin-patria [Wir Heimatlosen]» nos declaramos, escribe Nietzsche, contra los nacionalismos y el odio racial, contra toda esa pequeña política que es la Kleinstaaterei de Europa. Y es que Nosotros somos “humanos modernos”, y en tanto que tales tenemos un origen [Abkunft] demasiado múltiple, estaríamos demasiado mezclados y además demasiado bien educados y viajados, como para poder soportar el loco espectáculo del odio nacionalista «que lanza a un pueblo contra otro». Por eso preferimos vivir apartados de todo, en las montañas, o si no en el pasado o en el futuro. Nosotros, los «buenos europeos» (cf. FW 377).