Los dos problemas mayores de Europa en la actualidad vienen a ser, nos dice la prensa, la preparación para la guerra posible con el refuerzo de sus ejércitos, y por otra parte la sostenibilidad del sistema público de pensiones. Hoy, día de mi aniversario, me ha llegado la solución como de lo alto (von oben herab!), naturalmente para que haga el bien y la comparta con mis congéneres: ¡los jubilatas al ejército, preferentemente en artillería! (Aunque esto último se puede hablar)
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IMITATIO CHRISTI PATOGÉNICA
Se sabe desde Freud y antes que el problema serio y difícil para la convivencia civilizada y responsable no es el sexo sino la rabia, la cuestión del sexo se vendría a resolver en todos los casos siguiendo la siguiente máxima de Jacobo Muñoz: “¡que cada cual se las arregle como pueda!”, máxima que revela la inanidad de toda sexología. Pero con la mala hostia es muy diferente: Ira furor brevis, escribía Séneca, es la ira una locura (por lo general) no definitiva. Ya sé que los amantes del angelismo, que casi siempre suelen ser los más cabrones, suelen odiar la ciencia, como es lógico: la ciencia nos abre los ojos a lo que hay o funciona como si fuera tal, con lo majo que es vivir de ciego voluntario, pero lamento recordarles a los buenistas que hoy ya se sabe (se sabe, no se especula “filosóficamente”, o sea, dándole vueltas a todo para que al final nos acabe pareciendo que lo real se ajustaría a nuestros deseos, toda una labor de miserables fascistas lo del wishful thinking, si se lo piensa bien); que hoy ya se sabe, iba diciendo, que la ira a duras penas contenida, con el estrés de larga duración o hasta crónico que conlleva, tarde o temprano destroza el sistema inmune del más pintado, y la consecuencia es que el que pone la otra mejilla va a acabar prematuramente por dolencias graves como el cáncer. Además, el que ha sido educado para poner la otra mejilla, sin que le hubiesen preguntado si eso le va o no le va, por la fuerza de las cosas va acumulando resentimiento o bien acaba ingresando en el psiquiátrico, y siendo pasto monetario del dispositivo psi, cuya tarea viene a ser posible sobre todo a partir de ese rasgo del Salvador que hay que imitar como cristianos. Cuanto más se fortalezca el sistema jurídico más se reduce el sistema de salud mental, de eso no cabe la menor duda.
Entiéndaseme bien, a mí me traen sin cuidado las creencias (trascendentes) del personal, ya se sabe que tiene que haber de tó, y no es cosa de perder tiempo en eso porque casi nunca tiene arreglo, y si las cosas vienen mal dadas hasta puedes arder en la hoguera, o si no bombardeado, o en cualquier caso excomulgado, o sea, arrojado al infierno del fuera de la sociedad. Que cada uno haga con su vida lo que quiera con tal de no cortarnos el cuello a los demás ni dejarnos sin un trabajo digno para que nos muramos de hambre. Pero creo seguro acabar enfermo del cuerpo y de la mente, por insistir en una distinción tan habitual como inválida, por intentar imitar a Cristo. Cristo es dios, claro, y entonces él no corría ese peligro de morirse o volverse majara, sencillamente porque Cristo carecía de rijo, o sea, ni mala leche ni propensión a la lujuria. Y así cualquiera, mira este.
Y es que, además, por confesarme un poco, no encuentro nada admirable en poner la otra mejilla, nada digno de imitar desde el punto de vista ético, sino absolutamente todo lo contrario. En casi todas las personas que me he encontrado que se empeñan en poner la otra mejilla cuando caen en la cuenta de que han sido utilizadas y despojadas de lo suyo, por lo general acababa yo descubriendo cobardía y amor a escurrir el bulto, o a tirar la piedra y esconder la mano. Y desde el punto de vista de la justicia humana (otra no hay), tal actitud generalizada sería de efectos desastrosos. El que la hace la paga, porque la debe pagar, porque si no la paga la acabará pagando uno que simplemente pasaba por allí y fue utilizado una vez más para quitarle todo al final. Es nuestra responsabilidad ética con los seres humanos hacerle pagar su deuda con la sociedad al que la ha hecho, y si no actuamos contra él o ella, siempre y cuando podamos probar sus fechorías, indefectiblemente nos convertiremos en sus cómplices, lo que me resulta repulsivo. Como cuando los sicarios de la dictadura argentina iban a confesar y a comulgar después de tirar a los opositores desde un avión en vuelo del ejército. No vale la respuesta de que al que utiliza vale utilizarlo, y entonces aquí no ha pasado nada.
VERDAD CONSABIDA
Lo que tenemos por verdadero, en el sentido de la palabra «verdad» más interesante para la vida, es precisamente aquello que (casi) todo el mundo sabe de sobra. El mérito del filósof×, entonces, no es sino atreverse a decirla. Porque la gente siempre haría con la verdad lo mismo que, según la frase más conocida de Lacan, el que no está loco hace con las cosas que se le ocurren: no darle ni la más mínima importancia. Así es como conseguimos seguir adelante, por mucho que sepamos también de sobra que la verdad, esa verdad, es lo decisivo para vivir y morir bien, con dignidad.
Disbelief
I can’t believe that you can believe
LAS COSAS COMO SON
No está bien dejarse llevar por el resentimiento y la mala leche. De Lola Flores muchos dirán lo que quieran, pero no nos harán olvidar nunca, con reconocimiento a su valor en la dictadura, sus temerarias incursiones en la canción protesta. Sin ir más lejos, aquello tran tremendo que nos llegó al alma: «Explíqueme usted el procedimiento para comprender. Que yo tenga tres, usted tenga diez y los gitanitos no sepan leer!!»
FRANCO SAVATER
Recuerdo la gracia que le hacía a Savater, y luego se vio que esto iba a ser determinante de su posterior «evolución», aquello tan gracioso y socorrido de que «contra Franco vivíamos mejor». Pero no hace falta ser un genio para percatarse de que esta frase viene a equivaler exactamente a «con Franco vivíamos mejor». Que munca te lleven los idiotas a su terreno porque allí siempre ganan.
POPPER Y ECCLES
Atribuye Dennett a su «catholic upbringing» la inaudita fe dualista de un neurocientífico como John Eccles, nobel por su investigación de las sinapsis. El libro de Popper y Eccles sería lo peor que se habría publicado nunca sobre el problema de la mente y el cuerpo. Y el científico Eccles era tan incapaz de filosofar que entendió el libro de Ryle justo al revés, como una defensa del «fantasma en la máqiina» quedando como un verdadero estúpido.
Recuerdo que aquí el profesor J.L. Pinillos estaba entusiasmado cuando el libro salió en versión castellana, no cabía en sí de gozo, y nos hablaba de él como del descubrimiento del siglo que conciliaba ls ciencia con el humanismo!! Es evidente que Pinillos, con su torpeza filosófica, también era víctima de su catholic upbringing.
EN DEFENSA DEL CONEJO
¡La que se le viene encima al conejo! Acabo de asistir en la barra de un bar a un interesante debate sobre la problemática cinegética planteada este año por el conejo. Tras pedir su vaso de vermú con cognac de antes de comer, el más anciano del lugar, y por eso el más entendido, abrió su intervención con unas consideraciones la mar de sesudas con las que pretendía dejar sentada su tesis, más allá de toda duda, de que en aquel bar que no dieran un aperitivo «como dios manda» él no volvía a entrar. Los concurrentes, también rondando los 85, asintieron unánimemente pues todos se tenían por personas sensatas, aunque a alguno se le notaba el reparo incoado de que no hay que decir lo evidente porque no vale la pena. En fin, la cosa es que este otoño ha llovido mucho, y en el invierno tres cuartos de lo mismo. Lo cual redunda en que el conejo ha tenido cosas vegetales de comer hasta morir del reventón. Y claro, «cuanto más se come más se fornica», enfatizaba el aún vivaracho anciano, tan amigo del sentido común puro y duro, y a lo mejor apelando también a su propia experiencia de toda una vida. Y hete aquí que ahora hay conejos a mogollón, una plaga tremenda que ha motivado a la Junta a autorizar su caza con hurones, perros y todo tipo de escopetas, atacar al conejo por tierra, mar y aire. ¡Lo lleva claro el conejo este año!, pensé yo, ya que tengo amigos animalistas que sufren lo indecible con este tipo de noticias de la España profunda.
Además, he encontrado mi lugar en los debates de esta recia cuarta edad: dada mi formación, me dedico a señalar contradicciones en lo dicho, a riesgo, claro, de que me partan la cara. Y es que el procer de lo cinegético continuó su discurso con la información de que este año venía malísima la enfermedad del conejo, y entonces la Junta había decidido prorrogar un mes la veda del conejo, pues están muriendo como moscas (como moscas no manchegas, se entiende).
Pero, hombre, ¿en qué quedamos? ¿Nos invade la conejería y entonces hay que gozar de su caza sangrienta, o bien casi ya no quedan estos animalitos vivos? Porque no es lo mismo. Uno no sabe a qué atenerse, por eso mi posible papel de indicar incoherencias discursivas del paisanaje igual es de provecho para la comunidad. Pero de momento no me atrevo a hablar, no sea que me casquen.
EL ABURRIMIENTO DE JOSEFA ROS
Aburrirse podría significar que por fin hemos llegado a un momento en que nada nos impide pensar con lucidez ni siquiera nos estorba para ello. Por eso diría alguien que casi nadie soporta el aburrimiento a no ser que sea filósof× de verdad. Y por eso el filósof×, cuando se pierde en las bobadas tan urgentes de la vida, no desea más que aburrirse. Ya se sabe que la vida da mucho quehacer, y eso va cansando ¿no?
Dar por hecho que aburrirse es patológico parece una exageración verdaderamente arriesgada, incluso tremenda, y despierta a lo peor sospechas de manipulación del lector. Y además podría tener consecuencias más que desagradables, pero que están hoy casi incorporadas al sentido común, como por ejemplo que la cultura es entonces la solución universal, porque la cultura no se puede entender de otra manera que no sea la de la industria del entretenimiento. Es cierto que Nietzsche llegó a escribir que hasta los dioses luchan en vano contra el aburrimiento, pero yo diría que, a pesar de las apariencias, eso significa que solo se aburre el que «goza» de vida eterna, pero como el Dios único, porque los dioses como son muchos entonces no se aburren nada. O se aburre sólo aquel que está convencido de que su existencia está vacía si no la justifica sirviendo a alguien o para algo. Pero a mi humilde entender ese no está enfermo sino que solo ocurre que es tonto. Por otra parte, cuando alguien llega de manera racional a la conclusión de que ya no le interesa nada de lo que la vida le puede ofrecer…no se trata forzosamente de que haya que curarle de nada.
El interesante libro de Ros tiene el problema serio de que podría conllevar la psiquiatrización del aburrimiento o más en general su colonización por los profesionales de lo psi. Lo cual ya sería el colmo de la sumisión. En este punto estaría más indicada aquella intervención de Jacobo Muñoz cuando alguien planteaba en algún seminario una problemática sexual demasiado personal: «Que cada uno se las arregle como pueda». Lo que quiero decir con esto es que ser libre es también ser libre para aburrirse si a uno le da por ahí. Por mucho que esto vaya contra la economía de un país como España, que vive del turismo, de la hostelería y los animadores culturales. Por otra parte, y como a nosotros nada ni nadie nos va a salvar de la muerte, sinceramente opino que a los viejos nos convendría ir aburriéndonos cada vez más a menudo y en mayor medida, para poder dejar la vida sin excesivo drama cuando toque.
Y de adolescente, cuando te aburres, igual podría ser que estás empezando a ser tú o a sentir tu vocación, si es que por fortuna la tienes. Porque a lo mejor cuando te aburres lo que sucede es que estás en tu verdad o yendo a ella. Y entonces, que «los buenos y los justos» te empaqueten para a renglón seguido mandarte a la trabajadora o el trabajador de lo mental es una maniobra equivocada, que casi se me antoja delictiva. Pues la vida no es una tarta de nata y fresa, eso desde luego, aunque siga empeñada en convencernos de ello esta gente tan buena. Incluso se puede llegar a descubrir que todo el secreto de la vida humana consiste en «comprar a cuatro y vender a seis», como en cierta ocasión alguien me comunicó poniendo cara de astucia burlona. Y suceda entonces que uno se aburra porque la compraventa universal ya no le interese nada. Es un verdadero coñazo la universal compraventa, sobre todo de presuntas filósofas y filósofos, con su respectiva promoción que viene incluida en las redes.
Aburrirse es no interesarse por nada, y eso no tiene por qué ser patológico, sobre todo tal y como está todo de poco interesante y de anodino o si no terrorífico. Por supuesto que se sabe desde hace ya tiempo que, a final de cuentas, no es posible fijar una serie de condiciones necesarias y suficientes para aplicar un término general a «sus» casos particulares, de manera que les cubra a todos ellos y solo a ellos. Pero eso es una cosa y otra muy diferente no aclararnos para nada con la palabra «aburrimiento», porque en el libro de Ros vendría a significar más o menos absolutamente todo lo que sea negativo, y sobre todo muy, muy, negativo, en el humano transcurso del tiempo asignado a cada cual y al colectivo del que formamos parte, o si no todo aquello que en general a la autora no le gusta un pelo. Su habilidad alcanza la máxima cota cuando, con el lastre de esta indeterminación semántica, pretende ejercer como si tal cosa su supuesta capacidad de clasificar, aplicada a los tipos de aburrimiento, que entrarían unos más y otros menos «en la escala de la insalubridad» (sic). Así lo pretendería Josefa Ros, de un modo muy rotundo y muy claro solo en apariencia, en absoluto fundamentado. Tengo que confesar que a mí en una época también me gustaba ese juego de hacer culpable del mal del mundo, y del nuestro, a algo feo o muy feo y más o menos fijo y determinado, como la estupidez, la locura, la voracidad de la avaricia o lo que quiera que sea. Pero lo practiqué, eso sí, siempre utilizando un tono leve o abiertamente irónico. El énfasis tan preocupante que pone Ros en el demonio del aburrimiento carece por completo de ironía, pues es el suyo el estilo de la conversa, y lo que es peor, da testimonio de una ardiente conversión a no se sabe muy bien qué exactamente. Una vez identificado como enemigo absoluto y único del género humano, se procederá a enumerar la lista interminable de catástrofes que causa el aburrimiento, al que entonces no quedaría más remedio que identificar con el pecado judeocristiano de marras, o por lo menos con sus terribles consecuencias. «Rabia, ira, desafecto, apatía, depresión y ansiedad, estrés o alexitimia, criminalidad, rebeldía, provocación, la bestialidad, la conducción temeraria», y por supuestísimo la totalidad de las adicciones: «a las drogas, al sexo, al juego, a internet, a los móviles». Por otra parte, es de esperar que la autora se halle profesionalmente capacitada para emitir juicios de autoridad que ya entrarían de lleno en el ámbito clínico, porque a su parecer no es sino el aburrimiento (sobre todo el «cronificado en el tiempo», como llega a escribir aunque cueste creerlo) el mal radical, la raíz de todas esas plagas que nos asolan como humanos es de suponer que desde el principio de los tiempos. Sin ir más lejos, y sigo citando literalmente, «la psicosis, la esquizofrenia, la paranoia, el alzheimer, el síndrome de Asperger y el desorden bipolar», «entre muchísimos otros», ¡no tiene ningún empacho de añadir! En fin, por lo menos nos deja la lectura del libro de Josefa Ros la esperanza de curar a los esquizofrénicos llevándolos al Circo del Sol, pongamos por caso, o haciéndoles ver alguna serie divertida de Netflix.
A decir verdad, la poca experiencia que tengo del aburrimiento no fue en modo alguno negativa para mí, incluso fue todo lo contrario, y es que me movilizó para encontrar mi camino o mis caminos en la vida, por decirlo con una expresión tan manida. Hasta tal punto que tal vez sea yo de la opinión de que no sería el aburrimiento otra cosa que acusar la falta o la ausencia de vocación propia, casi en el sentido de Ortega y de Heidegger. Hasta se podría considerar el aburrimiento como inseparable de la condición humana, y entonces el libro tan alarmante de Josefa Ros sí que podríamos entenderlo de manera bastante cabal como una variante «buen rollito» de la reflexión occidental sobre el pecado original. Es obvio que vivimos malos tiempos para la Filosofía propiamente dicha, la mayoría ni siquiera saben ya lo que significa la palabra. Pero el libro que estoy comentando tampoco es ciencia.
FILOSOFÍA EN SENTIDO NIETZSCHEANO
Es el amor al logos el que constituye al filósofo puesto que si podemos entender verdaderamente lo que el filósofo es tendríamos partir de su absoluta inversión en esa contrafigura del filósofo que es el teólogo. O sea, para Nietzsche no hay en absoluto filosofía si no hay filo-logía, en definitiva, no la hay sin ephexis en la interpretación: «La no libertad para la mentira — en eso yo adivino a todo teólogo predestinado. — Otro signo distintivo del teólogo es su incapacidad para la filología. Por filología debe entenderse aquí, en un sentido muy general, el arte de leer bien, — poder leer los hechos sin falsearlos con la interpretación, sin perder, por deseo de entenderlos, la precaución, la paciencia, la sutileza. La filología como ephexis [suspensión de juicio] en la interpretación: trátese de libros, de noticias del periódico, de destinos o de hechos de la meteorología, — por no hablar de la “salvación del alma”» (AC 52)
