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VOTO DE ABSTINENCIA

Pertenece a la esencia de la imbecilidad estar completamente segura de que no necesita el baculum, el bastón para caminar por la vida. El tonto definitivamente no se deja ayudar y experimenta como ofensa cualquier intento de ayuda. Porque lo ve como un menoscabo de su libertad y su espontaneidad.

Como decía una estudiante: «¿A mí qué me importa Platón si yo tengo mis ideas?».

Dado todo esto, he decidido no volver a hacer por escrito ningún comentario sobre lo que ocurre en la política española o casi en la mundial.

CANTARES GALLEGOS, IV

Probe Galicia, non debes 

Chamarte nunca española. 

Qu’ España de ti s’ olvida 

Cando eres ay! tan hermosa.

Cal si na infamia naceras 

Torpe, de ti s’ avergonza, 

Y á nay qu’ un fillo despreça 

Nay sin coraçon se noma. 

Naide por que te levantes 

Ch’ aIarga á man bondadosa. 

Naide os teus prantos enxuga, 

Y homilde choras e choras.

Galicia, ti non tés patria, 

Ti vives no mundo soya, 

Y á prole fecunda tua 

S’ espalla en errantes hordas, 

Mentras trist’ e solitaria 

Tendida na verde alfombra 

O mar esperanzas pides 

De Dios á esperanza imploras. 

Por eso anqu’ en son de festa 

Alegre á gaitiña s’ oya 

Eu podo decirche 

Non canta que chora. 

El fascismo

A esta gente lo que le ocurre es que sigue al pie de la letra aquello que dijera, según cuentan, Millán Astray en su famosa arenga salmantina. Es decir, esta gente sí que habría llegado a ser, ahora y casi siempre, lo que de verdad son,  ni más ni menos que Inteligencias Muertas.

De modo que el fascista, con su mera existencia, y eso es lo bueno que tiene, demostraría que la inteligencia, en último término, es lo mismo que el amor, como sabía Platón, como sabía también Aristóteles, como sabía Nietzsche…

MADRID TAPAS Y TRENES

Lo de que iba a haber un AVE Madrid-Toledo era mentira desde el mismo comienzo, y perdonen el anglicismo. Todo lo más tren-rápido, mire usted, un AVANT de esos, que tampoco van mal. Pero en la época aquella lo chic era viajar «en AVE», hasta podías pedir una copa de cava y cavilar sobre las fascinantes vidas de ejecutivos, políticos, mujeres de las televisiones y alguna que otra folclórica que venían quedando, porque allí al lado las tenías, una vez pude ver incluso al Gran Wyoming que decía no sé qué del «mamarracho de Marhuenda», ahí le daba. Y se plantaba uno en Toledo en menos de 30 minutos tan tranquilo, sin que se tuviera que notar aún eso tan ofensivo de que es una calle de Madrid, como si vivir en la capital no fuera una absoluta desgracia en caso de no ser turista o no tener bastante pasta. Pero ahora ya no es ni siquiera «tren rápido», y la mayor parte de los días ya puedes contar con casi una hora de trayecto. Así que de dormir muy poco.

Luego llega uno al horror de la estación de Atocha, permanentemente en obras, en la que los empleados de la RENFE han de ir escoltados por vigilantes jurados para que no les pongan pingando o a caer de un burro, o los corran a hostias en cualquier momento, los afectados de cada día, porque los clientes, sufridos sí son, pero gilipollas la mayoría no. La letanía tántrica en lenguaje renferiano es el «les rogamos disculpen las molestias», dicho constantemente, claro, pero eso sí, dicho en un tono abolutamente imperativo, rozando lo marcial: vienen a ordenarte que les disculpes, en una genial contradicción performativa digna de un personaje de Joyce y de los análisis de Grice, Austin y Searle. Sales ya esmagado de un viaje de una teórica media hora, para dirigirte a toda pastilla a la entrada del Metro de Madrid, atribulada institución municipal en la que ya se sabe que cuentan el tiempo de modo peculiar. Si lees que el tren llegará en 4 minutos eso allí significa por lo menos 17, y significa eso de una manera sostenida y regular, lo que indica que hay patrón, es decir, innovación, conteo novedoso, 1 minuto = lo que se les ponga en…

Pero antes de sumarte a las cohortes multirraciales y plurilingüísticas que abarrotan los vagones del Metro con sus maletas (ayer mientras una doña grande y contundente hacía que me empujaba, ante mi sopresa, una colega suya mucho más pequeña,  y agachada, estaba intentando darle a su mano paso franco a mi mochila abriendo la cremallera inferior), has tenido la oportunidad, al salir de la parte de la RENFE proprie dictu, de contemplar a todo un símbolo de lo nuestro aquí y ahora (sin duda, también de muchas otras partes del mundo). Fue que vi, por detrás, a una mujer alta, y potente de musculatura, joven y de coleta rubia, que llevaba el uniforme de los vigilantes jurados, vulgo seguratas, un uniforme que es uno de esos, como nos repiten siempre, porque debe ser importante innovación, «de alta visibilidad», oseasé que se ven cojonudamente desde lejos incluso. La tal dama, solo vista por mí desde su cara posterior, en absoluto oculta, llevaba de manera aparatosa y como disuasoria una gran porra colgando del cinturón ancho de negro cuero reluciente (lo debe ordenar el reglamento, darle lustre al amanecer a los elementos de tan compleja impedimenta seguratil). Era superlativo el falo aquel, lo que se dice todo un porrón de temible aspecto, macizo, erecto hasta la truculencia, genuino fundamento del dispositivo patriarcal cuya visión te comprometía inmediatamente a ser bueno pero bueno, lo que se dice bueno, casi tanto como el novio de marras de la que rige el tinglado. Pero lo de verdad reseñable, lo que vale la pena de ser contado, es el detallazo de que la parte superior de la tal porra, que le obligaba a uno a jurarse freudiano para siempre, como si dijéramos, disculpando, el glande de la tremenda porra iba adornado o envuelto en una cinta gruesa con los colores de la enseña patria, la rojigualda desbordándose hasta caer, y reposar, en las paredes laterales del instrumento corrector de lo que se desvía. Recuerdos del franquismo lógicos a mi edad ya avanzada me acometieron de súbito, las porras abrían entonces las cabezas de los desobedientes a Arias Navarro, es un suponer, es un decir, porque como haber había la tira de ellos, de franquistas, y abrían las cabezas de los disconformes con el argumento de que se trataba de enemigos de la patria con los que había que poner punto y final ya de una vez. Ya sé que fue un lapsus, que es la bandera de todos, de tothom, de todo dios, y que esa mujer tan atlética en realidad guardaba a los empleados de la RENFE de ser objeto de la ira de los que igual van a perder su trabajo por no llegar a su hora no una vez sino casi todas. Nos protegía en realidad ahora a todos los demócratas, esa mujer que viviría en el gimnasio machacándose por la seguridad de todos, lo que pasa es que sería de VOX o del PP, que en Madrid para el caso es lo mismo. Y a eso ella tiene todo su derecho, hasta ahí podríamos llegar. Además, con su aspecto amenazante, fiero, dominante, era casi seguro que compensaba la frustración que le produjo el no haber aprobado el examen de entrada en la Policía Nacional, donde creo que ahora hay que estudiar, y no poco.