ANÉCTODA DEL ENSIMISMADO 1

En aquella terraza al sol del invierno toledano, meditando con la cerveza, en una silla de las altas, gozaba de la vida el ensimismado. Nadie alrededor, salvo un grupo de tres, a la derecha, dos hombres mayores y una mujer joven, en la otra mesa de sillas altas, mesa distante. El ensimismado, de alguna manera, casi al modo inconsciente del saber que no se sabe a sí mismo, de repente detecta que alguien se le aproxima: la mujer joven de la mesa de la derecha, y además con el dedo índice extendido, según le parece a él señalando el cestillo que contine restos de las patatas fritas, a la densidad ensimismada le hace bien masticar patata frita. En el momento en que llega a estar más o menos seguro de que tiene delante a la mujer joven con el dedo índice de la mano derecha extendido y señalando, le mira a los ojos para entenderla en lo que va a decir, en eso los ojos ayudan lo suyo, sobre todo cuando algo les pasa a los oídos. «¿Puedo coger una?» El ensimismado le acerca, muy amable, el cestillo de las patatas fritas y le contesta que por supuesto, que por él no hay ningún inconveniente, pero que el problema es que ya casi no queda ninguna. Entonces la mujer se detiene, perpleja, y le espeta: «¡Me refería a la silla libre que tiene al lado!»

Estalla en carcajadas la muchacha, y el ensimismado también, pero menos, porque se halla atrapado en el lazo inhibidor de la vergüenza. Sus compañeros de más edad, que lo han oído, también parecen a punto de morir de la risa. El ensimismado busca una excusa de su comportamiento, pero no la encuentra. Estaba demasiado ensimismado.

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