Desde que irrumpiera el cristianismo en nuestra cultura occidental, esa extrañísima planta de invernadero oriental, con esa su pujanza incomprensible, la perversión de la autodenigración sadomasoquista no deja de llevarnos de la manera más insaciable, más viciosa, al fondo del fondo en todos los caminos de la vida. Esta brutal expresión de la pulsión de muerte nos habría echado a perder completamente al persuadirnos de que puede haber una vida otra, mejor, del todo feliz, más allá de esta. Cuando la única vida otra es la nada pura y dura.
NUESTRA DECADENCIA IMPARABLE
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