Un hombre, una mujer de partido, no tienen nada que ver con la verdad puesto que lo único que cuenta para ellos son los votos, los votos son su único criterio de «verdad». Pero que una idea o una tesis o un parecer sea mayoritario o haya convencido al mayor número no significa en modo alguno que sea verdadero, esto es evidente e indiscutible. Tal vez, incluso, cuente por ello como más falso que verdadero. De manera que la mujer y el hombre de partido se hallarían obligados por su propia naturaleza a mentir de manera sistemática, a mentir como bellacos. En el sentido de tomar y hacernos tomar como verdadero lo que de ninguna manera lo es. Pero esto mismo sería el significado de «verdad» en el nivel básico o primario.
Es político el que tiene un olfato infalible para detectar la tesis que sirve a los intereses de su Partido, y solo ahí se le presentará entonces la verdad misma, una verdad que querrá inmediatamente hacernos ver como la verdad para todos. Pero esta su verdad necesariamente unilateral es por fuerza, por unilateral, lo contrario de la verdad.
Se sube un peldaño con la relación polémica entre las verdades unilaterales de las personas y los Partidos, peldaño intermedio desde el cual el nivel anterior sería justamente el de lo falso. Por último a veces se asciende al peldaño definitivo con el tipo de relación en apariencia contrario al anterior, es el nivel «racional» del pacto, el contrato, el concierto. Desde aquí por supuesto que los dos inferiores se muestran una vez más como lo falso propiamente tal. Todos y cada uno son verdad y mentira.