No hay duda de que tranquiliza mucho saber que el amor con que todos amamos a Rosa Díez no es un amor desordenado de ésos, sino lisa y llanamente la consecuencia ineluctable de que su naturaleza concuerde y por tanto refuerce nuestra propia naturaleza, todos dispuestos a vivir en la libertad del Estado que ella diga. En el fondo nuestro amor por Rosa Díez no deja de ser lo mismo que el amor que ella se tiene a sí misma, o nuestro amor por el orden mismo de la Naturaleza o de Dios. En el límite, el amor que todos sentimos por Rosa Díez no sería otra cosa que el amor que Dios se tiene a sí mismo. Es el nuestro por Rosa Díez un genuino amor intellectualis dei. Así que con esto estaría todo dicho.
Lo mismo, exactamente lo mismo, vale decir de nuestro encendido amor por Jiménez Losantos (pero claro, mutatis mutandis).
O sea, en el fondo, que Dios los cría y ellos se juntan