De las muchas cosas que aprendí del profesor Jacobo Muñoz Veiga, sobre todo referidas a la conducción de la vida, me acuerdo hoy de una en concreto. Claro que era otra época, yo aún joven, tanto que ni siquiera se había oído hablar del lenguaje inclusivo. Una tarde salíamos de un tribunal de tesis caminando por el pasillo, yo con todo el tocho de los papeles, cuando Jacobo reflexionó del siguiente modo con otro compañero más mayor que él: «Ya, a nuestra edad, solo nos queda mirar, ¡otra cosa ya me dirás!». Lo recuerdo bien porque el que soy mayor ahora soy yo, y sin duda se trataba de una autoironía muy válida, que acompañaba a su otra frase al respecto: «la vejez es la última humillación a que nos somete la vida».
La segunda parte de la doctrina jacobina en el terreno de lo verde iba dirigida, por el contrario, a los jóvenes. Porque de vez en cuando se suscitaban debates que, como suele pasar en lo filosófico, tenían su origen en problemas o problemillas muy pero que muy personales. Como, por supuesto, en este ámbito de lo verde nunca se llegaba a ninguna conclusión que fuese válida para todos, ni tan siquiera aprovechable, y por si ello fuera poca pérdida de tiempo ocurría a menudo que alguien encontraba gusto en descender a detalles muy concretos que a los demás, si no eran gente morbosa, les importaban un comino, Jacobo Muñoz cortaba el asunto de golpe, aburrido de su esterilidad: «¡Bueno, vamos ya a otra cosa, en esto que cada uno se las arregle como pueda!». Con ello sí que estaba llegando, así como quien no quiere la cosa, a una sentencia universalmente válida.
