SOBRE EL FASCISMO DEL BUEN ROLLITO

Apunté yo ayer, equivocándome, que al fascista se le nota enseguida que lo es. Ahora caigo en la cuenta de que eso correspondería a los años 30 y 40 del siglo pasado, pero no a lo que está ocurriendo ahora en el mundo. Hay muchísimos fascistas que nos envenenan la vida y la felicidad de la vida, pero esta vez muy solapadamente, disimulando, incluso disfrazados de antifascistas, de gente que empatiza y tal, como Gil y Gil pero sin tanta cara de bestia inculta. Es lo que yo llamaría el fascismo sinmpaticón y de perfil majete, el fascismo del buen rollito, cuya consigna es la de «todo vale, menos ser desagradable con el otro». Gente que te parasita, te explota, te utiliza, te humilla, te amarga la vida, pero con una sonrisa muy agradable que encima te está llamando cascarrabias. Sin ir más lejos, Wittgenstein comentó en alguno de sus apuntes que, en la Austria hitleriana, bien pudiera ser que no se notara mucho de lo que ocurría, pero lo que sí detectaba cualquiera es que había desaparecido por completo la risa y el sentido del humor. ¡Con Hitler, Mussolini, Franco, a ver quién se iba a reír sinceramente! A no ser los pelotas o los imbéciles, claro.

Hoy no es así, todo lo contrario, el fascismo es risueño y no pocas veces de carcajada extraordinariamente cruel y cínica. Bromas de gilipollas, bromas hirientes a lo tonto, por descontado, pero bromas al fin y al cabo. Por ejemplo, la peliculita que se llama «Mari(dos)», prodigio de atrevimiento indecoroso en el sentido grecorromano de ir contra el decoro o lo apropiado. Una película que te contagia la mierda que le echa encima al mundo, mientras sus personajes chapotean con delectación, niñas incluidas, en la ciénaga de la desgracia humana. Porque eso sí, han sido los fascistas siempre chusma, o sea, fracasados vitales (sentimentales y/o profesionales), en el sentido nietzscheano de la palabra «fracasado», que no tiene nada que ver con el empresarial o trumpista. Chusma que por supuesto pretenderá cortarle el cuello a la espontánea felicidad (siquiera mínima) del que aún disfruta viviendo y no desea morirse ni matar a nadie. En esa película tan desublimadora, tan represiva, tan subnormal y deprimente (española, del 2023 y dirigida por Lucía Alemany con guión de dos genios llamados Pablo Alén y Breixo Corral) uno de los mensajes que le llegan más nítidos al espectador es que habría un modo definitivo de medir el amor de una mujer por un hombre, a saber, comprobando (?) si se la chupa o no se la chupa (y ya puestos, se me ocurre, registrando cuántas veces se la chupa). Inevitablemente se le pasa a uno por la cabeza, al oír la perla desublimadora, aquello que por desgracia había oído en otra película tan desinhibida, tan libre al modo fascista como esta, cuando un personaje dijo aquello tan inspirado de que «una mujer lo que quiere de un hombre es una polla dura y una cuenta bancaria llena». Me evito comentar nada de semejantes fascisterías especialmente brutales, que lo que menos estimulan en el espectador bien nacido es la risa. Todo lo contrario, levantan en él o ella la más siniestra de las depresiones, o sea, la ira vuelta hacia dentro porque si la sacas fuera puedes ir a la cárcel.

Pero, eso sí, todos acaban tan amigos en las películas esas, se dicen cosas horribles pero con buen tono y una sonrisa de buen rollito. Reina al final la afectividad, ese repugnante «amor» con el que se traga cualquier atrocidad y se santifica todo disparate del mundo. De reírse nada de nada, por supuesto, pero si eres chusma sí que probablemente te vas a descojonar. Se te acaba ocurriendo, también, que hay una serie española en la que se pueden escuchar lindezas semejantes, pero no es en absoluto una serie fascista sino todo lo contrario. En «Aquí no hay quien viva» recibes una ducha torrencial de disparates absurdos y atrocidades de lo más bellaco, perfectamente equiparables a las dos reseñadas. Pero los guionistas son antifascistas de verdad, o sea, aciertan a disolver la barbaridad del mundo en risa verdadera y limpia. Así se transfigura el disparate y se obtiene un placer no patológico porque es real y no represivo. Incluso, un placer que te sirve para cambiar lo que esté en tu poder cambiar, o por lo menos intentarlo. Al fascista del bien rollito habría que meterle una hostia, pero sin que nadie te vea (digo esto por decir otra barbaridad de graciosillo).

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.