LO QUE PASA POR «FILOSOFÍA»

Hay un arte nada fácil a pesar de hallarse hoy muy extendida su práctica, el de no decir nada en concreto cuando se habla o se escribe. Tantos destacarían tanto en ese arte de lo escurridizo porque sería la única «opción» [= hacer de la necesidad virtud] de lxs que pretenden ya no comprar los votos del personal, que a eso ahora no voy, sino vender «filosofía». El modelo no es otro que el del comerciante o el del cura, tal vez porque otro modelo no haya con los tiempos que corren. Y como ya se sabe que la regla de oro de estos Odiseos de la rentabilidad, ya sea meramente terrenal o bien extendida a lo de ultratumba, es que el cliente siempre tiene razón, no se puede molestar ni enfadar ni disgustar a nadie [= hay que saber hacer amigos]. Así que, de lo que se trata, para los emprendedores culturetas, es de agradar a tododiós pues solo así van a estar todos dispuestos a comprarles casi cualquier parida, igual que a algunos políticxs prostitutos que hoy infectan nuestra enrarecida atmósfera. Se estaría consumando, en fin, la prostitución del alma en sus niveles más prefontales, en general, la del cuerpo hace tiempo que pasa por normal y corriente, casi obligada. En vez de decir o escribir algo concreto, hay que sugerir cosas con pinta interesante, simplemente porque estos promotores no se sabe bien qué son o a qué se refieren cuando las emiten, añadiendo con mirada angelical pero picarona, que son cosas que «se podría hacer o habría que hacer», según la receta gilipollesca del buen rollito. O si no, lo que todavía es peor, hay que darle un paseo al cliente de la cultura, como si fueses un guía turístico, por los baldíos terrenos del bobalicón «pensamiento actual» en que se fijan. Una absoluta pérdida de tiempo atenderles, total, para nada, por supuesto, porque nunca llegarían todos estos Ignacios Moraledas falsos a nada de nada. Eso es, en definitiva, lo que significa ser un queer de la filosofía: ni esto ni aquello, ni lo uno ni lo otro, la indefinición entendida como virtud suprema y conquista definitiva de la cultura occidental. No decir nada. Hasta tal punto que el que dice algo claro y meridiano, «está loco», le llegan a decir. El quid de la cuestión, en suma, es que cuando lo que vendes no es sino humo, tododiós se torna cliente potencial, sin excepción, que es de lo que se trata. O sea, de que te compren el género, pero sin arriesgar nada, sin posibilidad de pérdidas. El secreto de la vida: comprar a cinco y vender a diez. Cuando no se es nada, esta es la solución para todos los Ignacios Moraledos del mundo, si es que vuelcan su furor emprendedor en el dominio de la cultura. Porque se imaginan, los muy majaderos, que al no ser nada van a poder serlo todo, budistas sin saberlo. El triunfo no les va a ser nada difícil en un medio tan reacio al estudio como el nuestro. Tientan al ignorante con la apariencia del misterio, pero lo que están haciendo, los vendedores estos tan deseosos de «crecer», es muy fácil de entender. Simplemente, la traducción filosófico-existencial del único imperativo que les vale o que pueden comprender: aumentar las ganancias sin arriesgarse a perder nada.

Por fortuna, aún nos quedaría alguna memoria de la filosofía, lo comprobamos, por ejemplo, en el artículo en «El País» de Ana Carrasco Conde (16/08/2025), sobre todo cuando comenta, aplicándola al terrible caso de hoy, una reflexión de Arendt: «El genocidio en Gaza no es una opinión. Es un hecho». Me gustaría apuntar esto porque resulta que los Ignacios Moraledos que hoy dan en vendernos su alma, o sea, humo, coincidirían todos ellxs en una cosa: no hay hechos ningunos sino solo opiniones [creyendo además, los muy (narco)traficantes, que serían con ello «nietzscheanos»].

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