Se sabe desde Freud y antes que el problema serio y difícil para la convivencia civilizada y responsable no es el sexo sino la rabia, la cuestión del sexo se vendría a resolver en todos los casos siguiendo la siguiente máxima de Jacobo Muñoz: “¡que cada cual se las arregle como pueda!”, máxima que revela la inanidad de toda sexología. Pero con la mala hostia es muy diferente: Ira furor brevis, escribía Séneca, es la ira una locura (por lo general) no definitiva. Ya sé que los amantes del angelismo, que casi siempre suelen ser los más cabrones, suelen odiar la ciencia, como es lógico: la ciencia nos abre los ojos a lo que hay o funciona como si fuera tal, con lo majo que es vivir de ciego voluntario, pero lamento recordarles a los buenistas que hoy ya se sabe (se sabe, no se especula “filosóficamente”, o sea, dándole vueltas a todo para que al final nos acabe pareciendo que lo real se ajustaría a nuestros deseos, toda una labor de miserables fascistas lo del wishful thinking, si se lo piensa bien); que hoy ya se sabe, iba diciendo, que la ira a duras penas contenida, con el estrés de larga duración o hasta crónico que conlleva, tarde o temprano destroza el sistema inmune del más pintado, y la consecuencia es que el que pone la otra mejilla va a acabar prematuramente por dolencias graves como el cáncer. Además, el que ha sido educado para poner la otra mejilla, sin que le hubiesen preguntado si eso le va o no le va, por la fuerza de las cosas va acumulando resentimiento o bien acaba ingresando en el psiquiátrico, y siendo pasto monetario del dispositivo psi, cuya tarea viene a ser posible sobre todo a partir de ese rasgo del Salvador que hay que imitar como cristianos. Cuanto más se fortalezca el sistema jurídico más se reduce el sistema de salud mental, de eso no cabe la menor duda.
Entiéndaseme bien, a mí me traen sin cuidado las creencias (trascendentes) del personal, ya se sabe que tiene que haber de tó, y no es cosa de perder tiempo en eso porque casi nunca tiene arreglo, y si las cosas vienen mal dadas hasta puedes arder en la hoguera, o si no bombardeado, o en cualquier caso excomulgado, o sea, arrojado al infierno del fuera de la sociedad. Que cada uno haga con su vida lo que quiera con tal de no cortarnos el cuello a los demás ni dejarnos sin un trabajo digno para que nos muramos de hambre. Pero creo seguro acabar enfermo del cuerpo y de la mente, por insistir en una distinción tan habitual como inválida, por intentar imitar a Cristo. Cristo es dios, claro, y entonces él no corría ese peligro de morirse o volverse majara, sencillamente porque Cristo carecía de rijo, o sea, ni mala leche ni propensión a la lujuria. Y así cualquiera, mira este.
Y es que, además, por confesarme un poco, no encuentro nada admirable en poner la otra mejilla, nada digno de imitar desde el punto de vista ético, sino absolutamente todo lo contrario. En casi todas las personas que me he encontrado que se empeñan en poner la otra mejilla cuando caen en la cuenta de que han sido utilizadas y despojadas de lo suyo, por lo general acababa yo descubriendo cobardía y amor a escurrir el bulto, o a tirar la piedra y esconder la mano. Y desde el punto de vista de la justicia humana (otra no hay), tal actitud generalizada sería de efectos desastrosos. El que la hace la paga, porque la debe pagar, porque si no la paga la acabará pagando uno que simplemente pasaba por allí y fue utilizado una vez más para quitarle todo al final. Es nuestra responsabilidad ética con los seres humanos hacerle pagar su deuda con la sociedad al que la ha hecho, y si no actuamos contra él o ella, siempre y cuando podamos probar sus fechorías, indefectiblemente nos convertiremos en sus cómplices, lo que me resulta repulsivo. Como cuando los sicarios de la dictadura argentina iban a confesar y a comulgar después de tirar a los opositores desde un avión en vuelo del ejército. No vale la respuesta de que al que utiliza vale utilizarlo, y entonces aquí no ha pasado nada.
