Aburrirse podría significar que por fin hemos llegado a un momento en que nada nos impide pensar con lucidez ni siquiera nos estorba para ello. Por eso diría alguien que casi nadie soporta el aburrimiento a no ser que sea filósof× de verdad. Y por eso el filósof×, cuando se pierde en las bobadas tan urgentes de la vida, no desea más que aburrirse. Ya se sabe que la vida da mucho quehacer, y eso va cansando ¿no?
Dar por hecho que aburrirse es patológico parece una exageración verdaderamente arriesgada, incluso tremenda, y despierta a lo peor sospechas de manipulación del lector. Y además podría tener consecuencias más que desagradables, pero que están hoy casi incorporadas al sentido común, como por ejemplo que la cultura es entonces la solución universal, porque la cultura no se puede entender de otra manera que no sea la de la industria del entretenimiento. Es cierto que Nietzsche llegó a escribir que hasta los dioses luchan en vano contra el aburrimiento, pero yo diría que, a pesar de las apariencias, eso significa que solo se aburre el que «goza» de vida eterna, pero como el Dios único, porque los dioses como son muchos entonces no se aburren nada. O se aburre sólo aquel que está convencido de que su existencia está vacía si no la justifica sirviendo a alguien o para algo. Pero a mi humilde entender ese no está enfermo sino que solo ocurre que es tonto. Por otra parte, cuando alguien llega de manera racional a la conclusión de que ya no le interesa nada de lo que la vida le puede ofrecer…no se trata forzosamente de que haya que curarle de nada.
El interesante libro de Ros tiene el problema serio de que podría conllevar la psiquiatrización del aburrimiento o más en general su colonización por los profesionales de lo psi. Lo cual ya sería el colmo de la sumisión. En este punto estaría más indicada aquella intervención de Jacobo Muñoz cuando alguien planteaba en algún seminario una problemática sexual demasiado personal: «Que cada uno se las arregle como pueda». Lo que quiero decir con esto es que ser libre es también ser libre para aburrirse si a uno le da por ahí. Por mucho que esto vaya contra la economía de un país como España, que vive del turismo, de la hostelería y los animadores culturales. Por otra parte, y como a nosotros nada ni nadie nos va a salvar de la muerte, sinceramente opino que a los viejos nos convendría ir aburriéndonos cada vez más a menudo y en mayor medida, para poder dejar la vida sin excesivo drama cuando toque.
Y de adolescente, cuando te aburres, igual podría ser que estás empezando a ser tú o a sentir tu vocación, si es que por fortuna la tienes. Porque a lo mejor cuando te aburres lo que sucede es que estás en tu verdad o yendo a ella. Y entonces, que «los buenos y los justos» te empaqueten para a renglón seguido mandarte a la trabajadora o el trabajador de lo mental es una maniobra equivocada, que casi se me antoja delictiva. Pues la vida no es una tarta de nata y fresa, eso desde luego, aunque siga empeñada en convencernos de ello esta gente tan buena. Incluso se puede llegar a descubrir que todo el secreto de la vida humana consiste en «comprar a cuatro y vender a seis», como en cierta ocasión alguien me comunicó poniendo cara de astucia burlona. Y suceda entonces que uno se aburra porque la compraventa universal ya no le interese nada. Es un verdadero coñazo la universal compraventa, sobre todo de presuntas filósofas y filósofos, con su respectiva promoción que viene incluida en las redes.
Aburrirse es no interesarse por nada, y eso no tiene por qué ser patológico, sobre todo tal y como está todo de poco interesante y de anodino o si no terrorífico. Por supuesto que se sabe desde hace ya tiempo que, a final de cuentas, no es posible fijar una serie de condiciones necesarias y suficientes para aplicar un término general a «sus» casos particulares, de manera que les cubra a todos ellos y solo a ellos. Pero eso es una cosa y otra muy diferente no aclararnos para nada con la palabra «aburrimiento», porque en el libro de Ros vendría a significar más o menos absolutamente todo lo que sea negativo, y sobre todo muy, muy, negativo, en el humano transcurso del tiempo asignado a cada cual y al colectivo del que formamos parte, o si no todo aquello que en general a la autora no le gusta un pelo. Su habilidad alcanza la máxima cota cuando, con el lastre de esta indeterminación semántica, pretende ejercer como si tal cosa su supuesta capacidad de clasificar, aplicada a los tipos de aburrimiento, que entrarían unos más y otros menos «en la escala de la insalubridad» (sic). Así lo pretendería Josefa Ros, de un modo muy rotundo y muy claro solo en apariencia, en absoluto fundamentado. Tengo que confesar que a mí en una época también me gustaba ese juego de hacer culpable del mal del mundo, y del nuestro, a algo feo o muy feo y más o menos fijo y determinado, como la estupidez, la locura, la voracidad de la avaricia o lo que quiera que sea. Pero lo practiqué, eso sí, siempre utilizando un tono leve o abiertamente irónico. El énfasis tan preocupante que pone Ros en el demonio del aburrimiento carece por completo de ironía, pues es el suyo el estilo de la conversa, y lo que es peor, da testimonio de una ardiente conversión a no se sabe muy bien qué exactamente. Una vez identificado como enemigo absoluto y único del género humano, se procederá a enumerar la lista interminable de catástrofes que causa el aburrimiento, al que entonces no quedaría más remedio que identificar con el pecado judeocristiano de marras, o por lo menos con sus terribles consecuencias. «Rabia, ira, desafecto, apatía, depresión y ansiedad, estrés o alexitimia, criminalidad, rebeldía, provocación, la bestialidad, la conducción temeraria», y por supuestísimo la totalidad de las adicciones: «a las drogas, al sexo, al juego, a internet, a los móviles». Por otra parte, es de esperar que la autora se halle profesionalmente capacitada para emitir juicios de autoridad que ya entrarían de lleno en el ámbito clínico, porque a su parecer no es sino el aburrimiento (sobre todo el «cronificado en el tiempo», como llega a escribir aunque cueste creerlo) el mal radical, la raíz de todas esas plagas que nos asolan como humanos es de suponer que desde el principio de los tiempos. Sin ir más lejos, y sigo citando literalmente, «la psicosis, la esquizofrenia, la paranoia, el alzheimer, el síndrome de Asperger y el desorden bipolar», «entre muchísimos otros», ¡no tiene ningún empacho de añadir! En fin, por lo menos nos deja la lectura del libro de Josefa Ros la esperanza de curar a los esquizofrénicos llevándolos al Circo del Sol, pongamos por caso, o haciéndoles ver alguna serie divertida de Netflix.
A decir verdad, la poca experiencia que tengo del aburrimiento no fue en modo alguno negativa para mí, incluso fue todo lo contrario, y es que me movilizó para encontrar mi camino o mis caminos en la vida, por decirlo con una expresión tan manida. Hasta tal punto que tal vez sea yo de la opinión de que no sería el aburrimiento otra cosa que acusar la falta o la ausencia de vocación propia, casi en el sentido de Ortega y de Heidegger. Hasta se podría considerar el aburrimiento como inseparable de la condición humana, y entonces el libro tan alarmante de Josefa Ros sí que podríamos entenderlo de manera bastante cabal como una variante «buen rollito» de la reflexión occidental sobre el pecado original. Es obvio que vivimos malos tiempos para la Filosofía propiamente dicha, la mayoría ni siquiera saben ya lo que significa la palabra. Pero el libro que estoy comentando tampoco es ciencia.
