En una terraza frente al museo de Santa Cruz tomando una cerveza, cuando de repente se me sientan en la mesa de al lado, muy cerca, muy cerca, seis jóvenes ya a primera vista algo chocantes, como recogidos en sí mismos, replegados, contenidos, midiendo sus palabras, algo ceremoniosos, muy comedidos, y lo más raro de todo, se notaba que pensaban todo lo que decían, demasiado autoconscientes sin duda para los tiempos que corren. Yo a lo mío o a mis pensamientos pero instintivamente miré a la izquierda fijando después la mirada en la camiseta que en la espalda de uno de ellos exhibía un crucifijo de esos de los de los nazarenos y encima la leyenda «¡Vivir de rodillas!», pero era un vivir de rodillas proclamado por puro júbilo, como anunciando a los cuatro vientos ¡esto sí que es vivir, como nosotros, vivir de rodillas por Él! (digo yo, siempre que se vive arrodillado es por alguien, ¿no? «hacía falta una religión del amor porque por amor se aguanta todo»). Edad tenían los seis como de ser natural o hasta lógico irrigar simiente a los cuatro vientos, o por lo menos que se te pase por la cabeza, pero estos cinco no, estaba claro, estos hablaban de ayunos, y uno contaba el último, el de ayer, que hizo deporte, que «trabajó» y al parecer luego puso todo su esfuerzo en no comer a la hora de comer, y depués se creció con el entusiasmo y ya de paso no cenó a la hora de cenar. Y allí estaba el muchacho, ingiriendo refresco y pontificando que los nuevos curas como ellos cuando los mandan por esos mundos de dios, por esos pueblos toledanos, deben hacerse ellos mismos la comida y comer sobre todo «sopa juliana» (sic) porque los purés son un asco (?), en vez de hacer como antes, contratar a la María de turno para que te cueza cosas.
Pero qué gente más rara, digo, aunque mejor me callo porque sin duda tiene que haber de todo. Pero con estos no me sé llevar, que son demasiado raros para mí y uno tiene sus límites. Cuando no entiendes a alguien, pero que nada, lo mejor es no juntar tu camino con el suyo. A mí me da que en el fondo es algo sexual lo de esta gente, pero solo porque tengo poca imaginación, hasta me huelen como a una hormona extraña, ignota para mí, no sólita, no humana, no de recibo. Ya decía mi bisabuela que «haivos cada cousa!» Hay de todo, hasta lo inimaginable lo hay. Y así habrá de ser, es lo que se dice de la viña del señor. ¡Pero de qué señor, cojones! ¡De qué señor!
