Una profesora en un debate defendía una propuesta razonable y ética pero que chocaba con una norma absurda. Cuando la discusión pasó al terreno personal, y es que ella llevaba luchando mucho tiempo por restablecer la sensatez y evitar un daño general que le afectaba bastante, inmediatamente la frenó en seco y se retiró de la lucha dialéctica, diciendo «soy una Happy». Es decir, ya no estoy dispuesta a sufrir, ya he sufrido demasiado, haced lo que queráis que yo me vuelvo a lo mío. Aunque para Schopenhauer los que van a lo suyo son los idiotas, es la definición misma de «idiota», claro, yo encuentro en la retirada de la profesora, que era una Happy, una potente semilla de sabiduría.
La última palabra en esto la profirió Jung, y nos la confirmaría hoy una psiquiatra lacaniana ya de mi edad o más a la que tuve la suerte de conocer en una conferencia. El ser humano está psicológicamente preparado para soportar el sufrimiento que implica saber lo que ocurre como máximo a setenta kilómetros a la redonda de donde vive. No más de setenta kilómetros, y por eso se puede pensar que vivimos la época más terrible de la humanidad. De modo que o nos embrutecemos del todo o si no conservamos nuestra sensibilidad gracias a la dura disciplina estoica de pasar de todo lo que no esté en nuestra mano cambiar.
No como mi llorado amigo Ben Cho Sey, de amargo recuerdo. Sus últimos años fueron de verdadera agonía, con la obsesión que le produjo querer estar al tanto de las noticias del mundo. Todo el día se lo pasaba rabioso y ya no era capaz de conciliar el sueño. Al final le llegó, inexorable, la degradación moral. Acabó viviendo en las redes sociales ejerciendo de insultador, esa fue al final su única respuesta al desbarajuste del mundo. Llegó a extremos abyectos, como cuando escribió «Santi Abascal, primate total». Ben Cho Sey, qué disparate!!, y qué te hizo a ti el pobre Santi? Por qué tuviste que cometer semejantes injusticias?, y es que hubo otras que me callo por decencia. Tuvo que acabar mi amigo como acabó, flotando su cadáver en el Manzanares, dieron la voz de alarma unos niños de la parroquia del barrio que jugaban al pañuelo. Recuerdo la nota de prensa de la policía ayusista, nota paradójica pues su investigación fue prolija sobremanera. Nota lacónica donde las haya. Se limitaron al comunicado siguiente, que jamás olvidaré: «Se conoce que resbaló».
