El miedo al azar es nuestra constante. Y en Hegel y su extremada desmentida llegará a coagularse en la superstición más intereresante, duramente paranoica. Así que lo que resulta interesante, de verdad, es el individuo Hegel, y en lo más individual y representativo de ese individuo: su síntoma. Ahora bien, eso por supuesto que aniquila de un solo golpe todo su pensamiento.
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VOLAR COMO UN CURA
Es lo que tiene volar de Madrid a Roma, que se llena la cabina de solemnidad eclasiástica, sobre todo en un vuelo nocturno, porque estos por el día están muy ocupados. El gran impacto fue encontrarme en el embarque, de frente, con el Padre Ángel, eso iba a determinar todo el vuelo para mí. Su mero aspecto físico, caminando pausado, con una gracia evidente y a la vez inaprensible, mirando de frente y con su sonrisa increíble dirigida al mundo y no a nadie en concreto, además flanqueado, como si le fuera a hacer falta porque hay mucho majara, por dos Hemanos con pinta inquietante, casi chungos, mucho más grandes que él (por qué no iban a poder los clérigos notorios llevar guardaspaldas cuando cualquier político mindundi los lleva), su aspecto físico, su porte de cuerpo pequeño pero extremadamente vivo al menos en potencia, infundían un respeto tan incontestable a un ateo sarcástico como yo, que me quedé reducido al silencio impuesto por su casi sobrenatural presencia. El cuerpo, sin duda, no miente, por mucho que lo maquillen y lo sometan a cirugías. El cuerpo, el ademán, la mirada, todo eso es incontestablemente evidente, es la puesta en evidencia de la persona y su categoría. Con el Padre Ángel entraba lo sagrado en el avión de Ita Airways. Reconocí lo sagrado porque inmediatamente me vino a la cabeza la sinagoga de Praga completamente vacía y con los nombres de los asesinados por los nazis en las paredes, muchísimos nombres: en la sinagoga de Praga, rodeada por el cementerio judío, no me cabe duda de que mora lo sagrado. Al encontrarme con el Padre Ángel noté algo similar, y entonces me sumí en el silencio del verdadero respeto.
Al otro lado del pasillo, yo en el extremo de la banda izquierda, tres curas ensotanados de luto muy pulcramente, se hallaban absortos con la atención enfocada en sus móviles, como hipnotizados los tres por un partido de fútbol a todo color. En el avión anunciaron que aguardábamos a la autorización para despegar que por lo menos tardaría una hora o una hora y media: es que el espacio aéreo español está cerrado en el sur por la gran cantidad de vuelos. Ya se sabe que los jubilatas no paran, todo el día en aviones de la Ceca para la Meca, y les gusta la playa, el calor y el alcohol barato. Los curas seguían en el fútbol. Pasó el tiempo, terminó el partido, se soltaron esos cuellos raros que llevan, como si se aflojaran el nudo de la corbata. De repente unas carcajadas que se iban haciendo atronadoras, y yo empecé a mirarles de soslayo. Los tres eran no gordos pero sí rollizos, de aspecto muy saludable, poco gastado por el trabajo duro. Me vino a la cabeza la palabra «rozagante», eran los tres rozagantes, daban la impresión de no tener ningún problema serio. Recordé aquello que le oí decir a Esperanza Aguirre de repente en una televisión cuando estaban tratando el tema de parques y jardines de Madrid: «¡Y es que como la alegría de Cristo no hay ninguna!» Mucha alegría entre ellos, sin la menor duda, el reposo en esa paz, en esa calma y seguridad incomparables de que disfrutan los católicos, uno no sabe muy bien por qué.
El más listo de ellos, que hablaba muy bien y con una bonita voz profunda, les estaba contando a los otros anécdotas de un antiguo compañero de Seminario que se empeñaba en contar al personal eclesiástico los pecados de los seminaristas. Los otros dos se descacharraban de la risa al oírle; digo yo, aunque no puedo asegurarlo, porque se estaban relatando unos pecados muy chuscos de los picantes. En fin, esta fue la segunda fase. En la tercera, después del anhelado despegue, cuando les volví a mirar yacían despatarrados en posturas barrocas, en el país de los justos que es para ellos el de los sueños con la conciencia tranquila. Ahora bien, me fijé en que el del medio se apoyaba en la bandeja echado hacia delante sobre ella, y no era fácil saber si dormía como los demás o se encontraba en las profundidades de la meditación. Y es que tenía todo el aspecto de un místico católico en pleno vuelo. También me sentí yo muy impresionado por la inefable expresión beatífica del prelado más listo, al casi habría podido tocarle su mínima papada. El último estadio del clerical vuelo consistió en el descenso, toma de tierra y salida del aparato por la sádica escalerilla cargados con las pequeñas maletas y el equipaje de mano. Todos los pasajeros estábamos cansados y muy ansiosos por dejar aquella incómoda situación. Un italiano me golpeó con ella al sacar su bulto y yo mascullé maldiciones tremendas. El cura más inteligente se abrió paso contundente ayudado por su rozagante humanidad aún joven y demasiado bien alimentada. Sus ojos brillaban casi febriles con la determinación de pasar por encima de cualquiera que se le pusiese por el medio.
Supongo que nunca volveré a verlos a ninguno de los tres. Ya saliendo del aeropuerto, mi prefrontal me hizo llegar la idea de que la diferencia importante entre los humanos igual no radica en el contenido diverso o enfrentado de sus creencias y gustos. Sino en hecho tan enigmático de que los hay «pequeños y grandes». Dicho en otro lenguaje más revelador: unos son tontos de remate y otros no.
DEMENTE HUMANIDAD
La idea loca por excelencia no es sino aquella que asegura que allí donde haya sufrimiento ha de haber culpa, porque si no no habría sufrimiento. Schopenhauer literalmente, pero lo peor es que no solo él, claro, sino a sus hombros toda la tradición de las culturas humanas, Oriente y Occidente unánimes.
MADRID POR LA PATRIA Y EL REY
Hoy iba yo por el Paseo del Prado hasta Cibeles. Un ruido ensordecedor de música militar española hiriéndote los oídos y no solo los oídos, y la carretera flanqueada por enseñas rojigualdas: «12 de Octubre, Fiesta Nacional». No había ninguna banda de música visible por ningún lado, así que sospeché megáfonos. Mi vieja memoria me transportó a la época de curánganos delegados por Franco y sus militares, pero sé que debo estar traumatizado por aquello tan remoto, que nada tiene que ver con nuestra democrático presente. Me lo confirmó el taxista cuando comentó que estarían ensayando para el día 12. Pero sigo siendo hijo de una época, y mi tontería interna habló así en mi cabeza: qué raro que ensayen el día 3 para el día 12 de octubre, sobre todo teniendo en cuenta que no hay nadie ensayando nada; así que, no se estaría con esta música y estas banderas señalizando un nuevo golpe de Estado? Algo así como si «soldadito español…» fuese «Grandola Vila morena» invertida, en versión pedorra y majara.
