FILOSOFAR

Una cosa son los profesores de Filosofía y otra diferente los filósofos, pueden coincidir en la misma persona pero es difícil. Y no es infrecuente que cuando un filósofo o filósofa llega a ser profesor, porque es importante encontrar «un alveolo institucional» para poder comer, entre otras cosas, los primeros se alarman porque se sienten automáticamente cuestionados. Y como es lógico se consagrarán a la tarea de destruirle o destruirla. Ya escribió Schopenhauer que al profesor de Filosofía le interesa lo que a cualquier otro empleado que va a lo suyo, aunque todos los que lo son van a lo suyo, hacerse con una buena posición que le garantice un futuro pasadero, a él y su familia. Y al servicio de este más que lógico objetivo, que no estoy diciendo que no lo sea, pondrán todo el vigor de su hipocresía. Un vigor inaudito, aquí sí que son verdaderos genios. Igual que si trabajaran en una firma de hidrocarburos o en una franquicia de mercerías online.

Con los tiempos que corren esto hs llegado al colmo, es decir, a eliminar toda posibilidad de supervivencia para el que es de verdad filósofo o filósofa. Hoy lo único importante para los empleados del Estado o si no de la Iglesia, una de dos, porque les llevará directamente a su meta, no sería otra cosa que saber venderse o promocionarse. Self-marketing. Es algo comprensible, sin duda, pero solo si no llega a consumir el tiempo disponible para estudiar, en el caso del profesor de Filosofía. Y de hecho, con la exageración empresarial que nos consume, no queda libre ni un minuto. La inteligencia social triunfa hasta el punto de convertirse en la única valiosa, porque con ella se hace carrera y se vehicula la voluntad de poder de cada cual.

Es una época extraordinaria la nuestra, sobre todo por su máxima claridad, al ser la época de la absoluta impudicia. Así que hoy se reconoce sin esfuerzo al filósofo o a la filósofa, porque resulta obvio que, para quedar bien con todos y ser amigo de todo el mundo (condición necesaria para venderse y promocionarse), resulta esencial no pensar por sí mismo. Si quieres gustar a todos, o a cuantos más mejor, y qué culpa tienes tú de que los demás a quienes no gustas sean tan malos, no puedes decir sinceramente lo que piensas, ni siquiera a los de tu mismo partido o bando o banda. Y en el límite, no deberás pensar por tu cuenta, porque renunciar a pensar por tu cuenta les garantiza a todos que no vas a decir nada que pueda molestar, y entonces no eres mala gente sino un tipo estupendo. Pero el pensamiento que refuerza el narcisismo del lector o del oyente no es pensamiento, lo es el que les dificulta la digestión. No es pensamiento sino ganas de que se hable de ti, es decir, en el fondo ganas de mandar. Es probable que mandar sea lo que buscas cuando buscas que se hable de ti.

Filosofar molesta, eso no tiene vuelta de hoja, hasta el punto de que constituye uno de los criterios para distinguir al pensador o la pensadora verdadera. De modo que, en la era del marketing que es la nuestra, mal lo tiene la filosofía. Pero en realidad siempre habría sido así, solo que con una más baja intensidad. El verdadero problema de ahora es la extrema impostura a la que se está llegando, el empresario de sí mismo haciéndose pasar por filósofo. Como si el crítico de arte especialista en Picasso, aspirase a suplantar a Picasso, y para ello intentara destruir a Picasso con todas sus fuerzas, Picasso que es su condición de posibilidad, coaligado con una legión de críticos de arte. O aún peor, como si su marchante intentará suplantar a Picasso. Con lo que no estoy diciendo que no sea necesario el marchante.

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