Es sabido que Kant ponía como ejemplo de inmoralidad sobre todo a la mentira, porque es al mentir cuando se instrumentaliza al otro o se le toma como un medio para nuestros fines. Eso estuvo muy bien, sin duda, aunque se basaba en la idea errónea de que todos los hombres son iguales, en principio en cuanto «hijos de Dios», o vaya usted a saber. Ahora se sabe positivamente que unos hombres son imbéciles y otros no, y entonces la cosa de la moral habría cambiado, en el sentido de que mentirles es lo único que se puede hacer para defenderse de los ataques de los tontos de baba, o sea, de los que navegan cómodos en su insensatez con la mayor de las impunidades, aquellos o aquellas obstinados en la insensatez como si tal cosa, inmunes tanto a la evidencia como al razonamiento. Contra esos, contra esas, no solo está autorizada la mentira, sino que está indicada, requerida: ¡miente al idiota! Miéntele para que se líe, se embarulle, para que te deje en paz. Eso sí, cuidado con el código penal…los hay que han estudiado leyes.
NUESTRO DERECHO A LA MENTIRA
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