Sigue dando sus frutos el rompedor modelo de negocio de la RENFE, pasmo de propios y guiris. Desde hace mucho tiempo, tal vez incluso inmemorial, el plan de tren-aventura ha venido haciendo de nuestros viajes algo parecido a la montaña rusa, repletos de toda la gama de las emociones humanas, desde el miedo a la cólera y la esperanza, si bien las que predominan son la incertidumbre y el desconcierto. No es estoica la RENFE, pues los estoicos tenían como lema nec metu nec spe, y en esto los ferrocarriles españoles también se acompasan con la reflexión posmoderna sobre los afectos, siempre a la vanguardia. Hay tantísimos ejemplos para ilustrar esto que digo que resulta difícil elegir. Por ello, escojo la anécdota más reciente.
En el viaje en tren de Madrid a Toledo, o viceversa, viaje en teoría breve, y además todo un modelo mundial de puntualidad, según las propias palabras de los de la RENFE, que ahora te las dan por escrito al entrar, le puede pasar a uno cualquier cosa, pero es imposible que no esté todo calculado, sin duda con el asesoramiento de la subcontrata de psicólogos, para soltar el sentido del humor de los viajeros, porque al final lo único que van a poder hacer es morirse de risa, o eso o liarse a hostias. Anuncian el tren en la vía dos, pero cuando vas por la vía dos para subirte, un empleado que casi no se ve y que estaría ocupado en algo que no se puede saber, se dirige a ti como distraído, y con la vocecilla que suele usarse para compartir secretos te susurra: «el de Madrid en realidad es la vía tres», así que allá que te vas. Luego, es un problema tremendo localizar tu vagón, por la sencilla razón de que muchas veces van sin numerar o con números borrosos de trazo ambiguo, que cualquiera sabe. Y es que en ocasiones los vagones van colocados según la serie 1-2-3-4, y en otras al revés: 4-3-2-1. Después del congresillo que invariablemente montan los viajeros por los pasillos del tren, con el fin de tratar de averiguar o intuir cuál es realmente el vagón 3 o el 2…por fin llega el momento de dirigirte a tu plaza. En mi billete de la última vez se me asignaba la 103, y allá que te voy porque soy siempre muy coherente. Pero hete aquí que no tardo en descubrir que esa plaza no existe, lo que encuentro son las plazas 103a, 103b, 103c y 103d. Es importante, pero mucho, que en alguna de las cuatro haya quedado un asiento libre, porque de lo contrario ya me dirás. Todavía no recuperado emocionalmente de tantos impactos, por fin llega el momento de la partida, eso sí, esta vez a su hora. Pero el altavoz se escucha tan mal que los viajeros tiemblan ante la posibilidad real de que el tren no salga para Toledo sino para Marsella, es un decir. Pero esta vez hubo suerte, y se escucha una exclamación de alivio general, profundo, cuando caemos en la cuenta de que, en efecto, esta vez nos llevan a Toledo y no a sabe dios dónde. Luego ocurre otra cosa, a mí por lo general me toca el asiento en sentido contrario a la marcha. Una pasajera me comentó que eso sin duda lo hacen para que el viajero se maree, con lo que el aspecto de aventura emocional de un viaje en la RENFE se hace aún más acusado. Como en la montaña rusa.
Puede que sea una cosa de mala educación, pero cuando en el tren se escuchan las instrucciones y recomendaciones de la compañía relativas al viaje, absolutamente todos se las pasan por el forrón. Como dijo un pasajero el otro día: ¡¡No pretenderán que le hagamos caso a la RENFE!!»
