La difícil o imposible responsabilidad significa (intentar) hablar (en público sobre todo) solo de lo que uno propiamente sabe. En opinión de un colega no muy fino, opiniones hay tantas como culos y algunas nos pueden llevar al matadero. Me entero hoy de que, sin las vacunas, las subvariantes actuales de la ómicron acabarían matando más o menos igual que la gripe española. La libertad de expresión que, según cerebros de la talla de Agamben, protege a los lúcidos antivacunas que fueron por ahí gritando en Viena que la vacunación es lo mismo que el asesinato, ha de ser puesta en cuestión o suspensión. Del virus deberían hablar públicamente los que saben del virus, cosa absolutamente lógica porque saber no es creer.
La libertad de expresión no debe extenderse, así sin más, a los ignorantes ni a los estúpidos en asuntos que afectan a la vida de cientos de millones de personas. Esto dicho en el sentido de que ninguna opinión que se haya demostrado criminal debe gozar de impunidad. Pero hoy casi nadie reconoce, siquiera, haberse equivocado cuando está claro que se ha equivocado. Recuerdo a la muy inteligente Babette Babich encabezando el movimiento internacional contra las mascarillas. Según ella, eran muy nocivas para la salud. No la he escuchado decir nada después sobre el asunto, seguirá tan pancha.