El idiota

Hablar con un idiota en el sentido de intentar comprenderle exige quieras que no adoptar su perspectiva siquiera sea temporalmente. Lo cual te lleva irremisiblemente a convertirte en un idiota. Y lo peor es que empantanarse en la idiotez resulta muy irritante y muy deprimente porque es lo mismo que sumergirse en la confusión. Nunca acabas de saber bien qué te ocurre, si es efecto de la maldad o de la locura del otro (que a lo peor han destapado y estimulado las tuyas). Ocurre que la idiotez es prácticamente imposible de definir, nunca se sabe con precisión en qué consiste, hay que aprender a notarla. En el fondo, el idiota es inconcebible.

El idiota daría por hecho que su modo de pensar es el de todo el mundo y que lo que quiere él lo quieren todos. Te habla de sí mismo haciéndose una repulsiva propaganda. Fía a la palabra lo que no puede ser dicho. Se da a sí mismo en público lo que querría que los otros le dieran. Y su óptica es sumamente potente porque resulta tan simple que es casi imposible luchar con ella. Lo único, mirar a otro lado y seguir adelante.

Por eso es tan peligroso hablar con todo el mundo.

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