Muchas y muchos no se creen que haya gente enamorada y gente que, incluso, haga cosas por amor. Según ellos y ellas se trata de una comedia del nefando amor romántico, vil coartada patriarcal de tantos abusos. Lo normal para todos estos y estas es la compraventa de la adulta razón estratégica.
En un libro colectivo de psiquiatría de no hace muchos años se reconoce que nadie tiene mucha idea de en qué pueda consistir el “trastorno” o ni siquiera la “enfermedad” mental, por lo menos así en abstracto. Pero cuando uno se enfrenta a la locura propiamente dicha, lo que tras reflexionar le resultará cada vez más evidente es que en ella lo que hay es un serio problema referido al amor, que lo que tenemos aquí es un desamor radical que sin embargo admite grados, grados cuantitativos que se van a convertir probablemente en genuinas modalidades o variedades. Al que no está nada, pero nada enamorado, al desenamorado habitual, en su desgracia, le rondaría la sombra terrorífica, pavorosa, de la locura propiamente dicha, y esto de forma inevitable. Y además, hay un sentido importante en que el loco es el envidioso, es decir, aquel que no le perdona al mundo que haya enamorados pero que él o ella no sea uno de ellos, o peor, que nunca lo haya sido, no se sabe si por mala suerte o por incapacidad. Entonces el mundo se vuelve el infierno de la envidia, de verdad el valle de lágrimas de los Trump, Netanyahu, Bolsonaro, Milei, Feijóo y todo el resto de la chusma del desamor, porque, no contentándose con envenenar, el envidioso llega a matar. Pero no hace falta llegar a esto, una de las maneras más habituales de vengarse es enfocar el enamoramiento como lo estúpido como tal, o incluso como lo opresivo por excelencia.
Pero el amor no es solo la cordura sino también lo verdaderamente revolucionario, como tan bien supo ver Badiou. Es lo único que supone un antagonismo absoluto de la compraventa, del mercado, de la gris y triste astucia del toma y daca, o sea, lo que sería el estado de adultez para tantos desorientados.
El nihilismo en que vivimos sería justamente eso, la desaparición del amor y la falta crónica de amor, esta vez en el nivel colectivo y contundente de la época histórica. Una época loca la nuestra, sin duda, hasta para los individuos que en absoluto lo son, una época esencialmente de locos. Tiempo de gente que no solo tira su vida por la borda sino que además lo intenta con la vida de los demás, no habiendo podido soportar la rabia que les invade sin tregua y les quita el aire necesario para respirar. Porque ya no les protege la religión, que ha dejado de ser ese lugar cultural en que inyectar el amor desesperado y así poder seguir viviendo más o menos.